Toca lo que quieras, donde quieras, como quieras y para quien quieras. Hazlo en pelotas, con vaqueros, travestido. De madrugada o a las tres de la tarde. En bares y pubssalas y teatros. Hazlo gratis. Hazlo para organizaciones benéficas. Hazlo en colegios. Hazlo incluyente, accesible, respetuoso, auténtico. Devuélveselo a quien le pertenece. No dejes que unos pocos imbéciles vetustos y endogámicos impongan cómo debe presentarse esta música inmortal, increíblemente maravillosa, divina. Nosotros somos mejores que eso. Y la música también, qué duda cabe”.

Podríamos decir que la más reciente revolución de la música clásica comenzó con él. Con James Rhodes (Londres, 1975). Su historia de abusos, drogas y perdición y de cómo este género le salvó la vida lleva dando la vuelta al mundo desde que en 2015 se publicara su autobiografía Instrumental, memorias de música, medicina y locura (Blackie Books).

No solo ha vendido millones de copias, si no que ha sido uno de los responsables fundamentales de que este género esté abriendo sus alas y acercándose a un público más amplio lejos del anquilosamiento al que estaba sometido. Género tradicionalmente destinado a una minoría con un conocimiento intelectual determinado y, en general, de clase alta a consecuencia de los costes que suele suponer disfrutar de sus directos.

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Con una camiseta, unos vaqueros y calzado deportivo, en sus conciertos al piano y al alcance económicamente de la mayoría, Rhodes alterna preciosos temas de famosos compositores como Bach o Chopin, dos de sus preferidos, con amenas charlas y anécdotas a través de las cuales acerca todavía más a su público a la música clásica. Tanto es así que se niega a repartir el típico folleto con el orden de piezas. Él es el maestro de ceremonias y él marca y explica qué viene. Hace partícipe a parejas, padres, adolescentes, tercera edad… Nadie escapa a su carisma y magnetismo.

Basta con mirar los conciertos del greñudo, tatuado y saltarín Ara Malikian (Beirut, 1968) en plazas de toros como la de Las Ventas en Madrid, estadios o teatros para darse cuenta de hasta dónde llega su éxito. A lo que se unen los conciertos benéficos que le caracterizan así como los recitales para niños acompañado de su inseparable violín (una extremidad más de su cuerpo) y/o de su banda.

Sus versiones de temas como No Surprises de Radiohead o Life on Mars de David Bowie levantan al público allá donde toca sin, por supuesto, hacer sombra a sus propias piezas donde alterna sonidos y ritmos distintos, consecuencia de todo lo que ha vivido.Aunque actualmente reside feliz en el centro de Madrid, tuvo que huir con tan solo 15 años del Líbano debido a la delicada situación por la que atravesaba el país. Y si no llega a ser por la música clásica y su violín, tal y como él explica en cada entrevista, no hubiera podido salir de allí.

Toda una infancia de infortunios y una juventud deambulante por varios confines del mundo hacen que sus experiencias copen, al igual que en el caso de Rhodes, prácticamente la mitad de sus conciertos. Su humor y sarcasmo son igualmente claves para que el público vibre y sienta todavía más cada una de sus representaciones. De hecho, uno de sus fuertes en este sentido es mantener a la banda encima del escenario. Como él mismo afirma, estaba harto de que ésta quedase relegada normalmente a la parte de abajo, como si no existiesen. Eso al final resta importancia a esos músicos tan fundamentales.

Del estilo de Malikian, pero mucho menos conocido en España (no tiene ningún concierto programado próximamente en nuestro país) es David Garrett (Aachen, 1980). También violinista, igualmente alterna composiciones clásicas de autores como Mozart con temas de grupos de rock como Metallica o Guns N’ Roses.

Pero su historia se asemeja más a la que habitualmente imaginaríamos sobre un compositor de música clásica. Hijo de violinista, el también modelo alemán aprendió a tocar con cuatro años y a los siete ya comenzaba sus estudios en el Conservatorio de Lübeck. A los 13 ya tenía grabados sus dos primeros CDs y aparecía en shows de televisión alrededor de todo Europa. Un niño prodigio de la música clásica que en un momento dado también quiso acercar su pasión a mucha más gente. Incluso antes, aunque menos sonado en España, que Malikian y Rhodes. En 2007 ya publicaba su primer álbum de versiones de géneros muy dispares entre sí.

Gracias muy en parte a estos transgresores genios, la música clásica comienza a acercarse tímidamente a la primera línea cuando más lo necesita. En el 2014, según el informe anual de la división musical Nielsen, el género más consumido fue el rock seguido del R&B y en último lugar estaba el que nos atañe (1,4%).

Deezer, una de las mayores plataformas de streaming (vía por la que más música se consume en el mundo en la actualidad) se ha puesto las pilas en este sentido y ha firmado un acuerdo con los sellos clásicos Deutsche Grammophon, Decca y Accord.Así mismo, ahora encontramos aplicaciones como Classify para ajustar mucho más los criterios de búsqueda en Spotify de este tipo de consumidores. Hasta hace poco era complicado encontrar una pieza determinada al contar siempre con varias versiones de una misma obra o compositor.

Y es que, como en todo, para sobrevivir y triunfar hay que luchar y saber adaptarse a los cambios, evolucionar…La oscarizada La la land no podía venir en mejor momento: “Sigues obsesionado con Kenny Clarke y Thelonius Monk. Fueron revolucionarios. ¿Cómo vas a ser revolucionario si eres tan tradicionalista?. Te aferras al pasado, cuando el jazz habla del futuro.”