Hace menos de dos años, Natalia de Molina (Linares, Jaén, 1989) recogía el Goya como Actriz Revelación por su papel en Vivir es fácil con los ojos cerrados, el filme con el que David Trueba consiguió también los premios al Mejor Director y Guion. Era su primera película. Hoy, la actriz está rodando la octava, lo que probablemente esté cerca de figurar en algún récord de velocidad de encadenamiento de rodajes. “Es muy fuerte lo que me está pasando”, suspira.

“En los últimos meses me he encontrado varias veces rodeada de personas que hasta hace poco veía en la pantalla, casi pensando que ni siquiera existían en la vida real”, continúa. Se refiere a momentos como el que vivió en la última Berlinale, cuando Natalie Portman le entregó, enfundada en un etéreo vestido de Dior, el galardón que destaca a las jóvenes promesas del cine europeo y le confesó que, a pesar de llevar 50 títulos a sus espaldas y ser una rutilante estrella de la “galaxia Hollywood”, se siente a menudo una principiante. A Natalia de Molina no solo le sucede lo mismo ahora, sino que espera seguir experimentándolo de la misma manera dentro de diez años. Y de 20. Y de 30. “Ojalá pueda conservar eso siempre. El día que piense que algo ya lo tengo controlado tendré que replantearme mi vida, porque detesto esa sensación. Me gusta plantearme retos, hacer cosas nuevas y moverme más allá del terreno conocido. No querría perder esa ingenuidad que te hace temblar cuando te enfrentas a algo por primera vez, aunque asuste”, dice.

Su gran reto, hasta el momento, ha sido protagonizar Techo y comida, la ópera prima del director Juan Miguel del Castillo, que ella sostiene prácticamente sola sobre sus hombros. La película, rodada gracias a una campaña de crowdfounding,

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retrata el drama de una madre que sufre los efectos de la crisis, sin trabajo y a punto de perder su casa. Una historia que mereció el aplauso de la crítica en el pasado Festival de Málaga y su Biznaga de Plata a la Mejor Actriz para ella. Ha hilado tan fino para interpretar su personaje que ensayó hasta lograr un perfecto acento de Granada, que como andaluza sabe que no es igual que el de Jaén: “El rodaje me dejó físicamente agotada. Aparezco en el 98% de los planos y eso supone una responsabilidad que no había asumido antes. Deseábamos profundamente contar esta historia así, de esta manera cruda y honesta. La realidad es todavía más dura, hay quien ha acabado quitándose la vida ante una situación similar”. Cuando preguntaron al niño Jaime López quién le había enseñado a actuar para este su primer papel, respondió que imitaba a De Molina, su madre en la pantalla: “Hacía todo lo que hacía ella porque es muy buena actriz”. El productor del largometraje, Germán García, asegura que dentro de 20 años se verá para entender lo que pasó durante la crisis económica de este país en 2012, momento en el que está ambientada la trama.

Los actores veteranos suelen decir que arrancar una carcajada resulta más difícil que provocar el llanto. De Molina no tiene tan clara su respuesta, pero sí sabe que después de este drama el cuerpo le pedía comedia y, destapando un poco más la caja de sorpresas que es, confiesa que también un musical, disciplina que estudió en la Escuela de Interpretación de Granada. “Me da tanta vergüenza cantar en público que estoy deseando quitármela”, revela. Acaba de rodar Kiki, el amor se hace, interpretada y dirigida por Paco León, que se aleja así de las faldas de su Carmina. También participa en Los del túnel, una comedia loca firmada por los guionistas de la serie de televisión Camera café cuya filmación añade un toque de surrealismo a esta entrevista. La razón es que sus exigentes horarios obligan a terminar la conversación por teléfono en un momento, entre toma y toma, en que se encuentra dentro de ese túnel embarrado al que hace referencia el título, junto a Arturo Valls y el resto del elenco, y sin apenas cobertura. Al otro lado del móvil se escuchan carcajadas, golpes y gritos metiendo prisa para ponerse ante la cámara.

Por suerte, nada de esto le pilla de nuevas, porque en su familia materna tiene un tío actor y director que de pequeña le dejaba mirar detrás de la cortina del mundillo, despertando su fascinación ya desde entonces. Aún así le sigue sorprendiendo la capacidad de este medio para generar fantasías en torno a todos los que lo habitan. “A menudo me siento como Cenicienta envuelta en vestidos y pisando alfombras rojas que al volver a casa desaparecen”, explica desvelando algunos secretos de la Natalia normal, la que tiene una Marilyn Monroe tatuada en el costado en homenaje no al icono, sino a la mujer inteligente, sufridora e incomprendida. Toda una inspiración para esta actriz que la noche que recogió el Goya que cambió su vida dijo dos cosas: “Yo no quiero que nadie decida por mí”, en referencia a la reforma de la Ley del aborto que se tramitaba entonces, y “Podrán quitarnos muchas cosas, pero no la capacidad de perseguir nuestros sueños”. Hoy lo rememora: “La historia está llena de soñadores que han logrado que el mundo avance empeñándose en alcanzar metas que otros habían dicho que no eran posibles lograr. Sin ellos no estaríamos hablando de cosas que asumimos como normales. A lo mejor ni siquiera existiría este invento que es el cine”.