Antes de entrar en materia, conviene dejar algo claro: la nostalgia me da vergüenza, no tiendo a ella. Cuando atisbo algo de esa melancolía, de ese anhelo por el pasado, siento un pudor extraño rayano en el rechazo. Esa suavidad, esa mirada estrábica hacia un tiempo que ya no volverá, me da grima. La veo cursi, edulcorada y falaz. Dejo esto claro desde el primer párrafo para que se puedan hacer una idea de la tortura que es para mí vivir este arrebato de nostalgia que nos invade sin tregua. En la televisión, en el cine, en la moda, en la música. Esto es muy insoportable.

Yo ya no puedo más, aunque dicen que todo este bombardeo nostálgico tiene su explicación, que es un recurso innato que tenemos para sobrellevar mejor las patadas de la vida. Toda esa parte tan buena la explicaré un poco más abajo, pero ahora déjenme quejarme un rato: ¡Basta ya! ¡Muerte a la nostalgia!

Si hago memoria, siempre hemos vivido revivals. Pasamos de uno a otro sin miramientos. Cuando no nos da por los 60, volvemos a los 40, a los 80 y luego a los 90. Y vuelta a empezar. Siempre ha sido así, toda la sequía de creatividad acaba desembocando en la nostalgia por algún tiempo pasado que ni siquiera fue mejor que nuestro presente. La nostalgia es miope, quita todo lo malo y deja sólo el puñado de cosas buenas de una época para que podamos seguir con nuestra ensoñación. Y eso es cursi, irreal y cruel. Tampoco fuimos tan felices.

Ningún tiempo presente puede competir con un engendro nostálgico, esa batalla está perdida de antemano: gana la mentira y pierde la realidad. Ese es su poder analgésico.

Cuando alguien rememora episodios de su pasado y los tiñe de nostalgia, suele acompañarlo con un ligero pestañeo y una media sonrisa. A veces, hasta con un hondo suspiro. Ahí me reviene a mí el rechazo. No entiendo el anhelo por un pasado sin lavadora, por los días con dos camisas en el armario ni por las jornadas de trabajo tecleadas en una Olympia Carrera de Luxe. A mí dame la comodidad del centrifugado, siempre.

La peor de las nostalgias es la que añora tiempos que ni siquiera conoció. Esos jovencitos nacidos en los 2000 adorando los 80 o los 90 son la gran broma de nuestro tiempo ¿Tan faltos estamos de creatividad que echan de menos una década tan conformista y complaciente como la de 1990? ¿Tan aletargados estamos que los trágicos 80 nos parecen un buen momento para vivir? Es esa miopía, de nuevo, que sólo enfoca las flores en el arrabal.

Como dije varios párrafos más arriba, aseguran por ahí que la nostalgia tiene su parte buena, que es un recurso asombroso en la supervivencia emocional del ser humano. El término lo acuñó un médico suizo en el siglo XVII para referirse al trastorno psicológico de los soldados que se apoderaba de los soldados cuando deseaban regresar a casa.

Con el tiempo, el concepto se difundió, se propagó hasta esta epidemia que vivimos en nuestros días. Y surgieron estudios sobre el asunto, porque había que entender por qué demonios tendemos a ese estado de melancolía y ensoñación, de idealización del pasado. Según los expertos, la nostalgia contrarresta la soledad, el aburrimiento y la ansiedad. Hace que la gente sea más generosa con los demás y más tolerante con lo desconocido. Las parejas se sienten más cerca y más felices cuando cuando comparten recuerdos nostálgicos. La nostalgia es cálida y candorosa. Te hace sentir a gusto y olvidar todo lo demás.

Y ese todo lo demás suele ser: estrés laboral, hartazgo de vida, aburrimiento, alienación social y estupor ante las injusticias del mundo. Toda esa cruel realidad queda borrada de un plumazo por la nostalgia. Así de poderosa es.

Aunque la auténtica nostalgia, el sentimiento de pérdida de tu pasado, tiene también su punto agrio. Esa emoción que cabalga entre el placer y cierta pesadumbre nos hace creer que la vida es siempre mejor que la muerte y que ésta siempre es infinitamente más aterradora. Por eso la nostalgia es optimista.

"La nostalgia nos hace un poco más humanos", ha asegurado en varias entrevistas el profesor Constantine Sedikides, que fundó hace más de una década en la Universidad de Southampton este grupo de investigación. Según el profesor, sus características definitorias son las mismas en todos los países del mundo. La entendemos igual en España que en EEUU o en Sudáfrica. Es universal, tanto como la música, la herramienta reina para nutrirnos de ella.

Según sus estudios, la mayoría de las personas aseguran experimentar nostalgia al menos una vez a la semana, y casi la mitad la siente tres o cuatro veces por semana. Estos episodios suelen ser provocados por situaciones negativas y sentimientos de soledad. Por eso suelen asegurar que la nostalgia les ayuda a sentirse mejor.

El frío nos lleva a ella. Xinyue Zhou lo estudió en la Universidad Sun Yat-Sen, al sur de China. La experta siguió a los estudiantes durante un mes y descubrió que éstos tendían a la melancolía sobre todo en los días fríos.

Así nos hemos instalado en ese ejercicio casi opiáceo de la nostalgia, entre rémoras de Los Goonies, ET y Tecnotronic. Aunque algunos sigamos prefiriendo la realidad, con todo su placer y su diversión; con todo su dolor y su tristeza. Si el cielo es un lugar en la Tierra, ese sitio está en mi presente. Porque tampoco pasa nada por mirar hacia tu pasado y añorar a los que ya no están. Y a eso yo no lo llamo nostalgia. Lo llamo pena.