Aquella calurosa mañana de la primavera de 1994 las puertas de los estudios Fox se abrían ante la conservadora mirada penetrante de los allí presentes. Era Darren Star, el responsable de haber elevado al cielo a la cadena con aquel terrorífico retrato de la vida adulta en Los Ángeles, el que había llegado con la munición cargada. Tan terrorífico como lo que traía debajo del brazo: un beso entre dos hombres. “¿Queréis audiencia? Tomad algo real”.

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Con un amaneramiento desvergonzado y una seguridad en sí mismo apabullante, Darren acababa de plantar sobre la mesa dos cintas VHS. Una de ellas contenía el final de la segunda temporada de Melrose Place, beso incluido. En la otra, ni rastro. Pero una voz al fondo amenazó: “No vamos a emitir eso”.

Faltaba un mes para que la flamante segunda temporada de Melrose Place echara el cierre y tan sólo hacía pocas semanas que Roseanne, esa sitcom familiar con el único propósito de la comedia, había revolucionado el panorama anunciando a bombo y platillo un beso entre dos mujeres. El episodio, titulado El beso, sería el más visto del año.

Durante la década de los noventa los besos televisivos entre mujeres ocurrían de vez en cuando como única estrategia publicitaria para levantar audiencias entre un público heterosexual, que no dejaba de ver aquello como un juego morboso. ¡Pero, ay, como lo hicieran dos hombres!

El 18 de mayo de 1994 Melrose Place, uno de los fenómenos televisivos más importantes de finales de siglo, emitía ese último capítulo. No había ningún beso gay. Había sido eliminado. Lo que no había sido eliminado eran las filtraciones a la prensa sobre la supuesta existencia de tan alarmante escena. “Sin comentarios”, fue la respuesta de Fox. Exactamente la misma dudosa respuesta que había llevado a la gloria a los directivos de ABC con Roseanne.

El truco había funcionado, 19,3 millones de estadounidenses, supuestamente escandalizados, se agolparon en sus sofás para ver aquel beso. ¿El resultado? El capítulo más visto en la larga historia de la serie. “La reacción del público siempre es mucho más positiva y objetiva que la de los altos cargos. Conozco a mi audiencia”, contaría Darren Star al Hollywood Reporter.

La escena es la siguiente: dos hombres se despiden después de una cita romántica como lo haría cualquier ser humano atraído por otro ser humano. ¿Un beso? No. Una cámara lenta y una imagen de reacción de un hombre heterosexual ante tal disparate. El beso invisible lo llamaron. Dentro vídeo:

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LO RESPETO, PERO QUE NO LO HAGAN EN PÚBLICO
Aparecía Melrose Place en 1992 como la versión veinteañera de Sensación de vivir y terminaría aquello convertido no sólo en el coño de la Bernarda, sino en la mejor serie de terror sobre los dramas de la vida adulta. Así, sin aspavientos.

Matt Fielding, que vendría a vivir a ese complejo de apartamentos californiano con el único propósito de aparentar estar en la onda, hacer compañía a su mejor amiga afroamericana Rhonda y vestir una no casual extensa colección de camisetas con obras de Keith Haring, ese otro ‘mariconazo’ neoyorkino artista, activista y víctima de VIH en 1990. Lo típico de las minorías, que se apoyan entre ellos. ¿Quién más sino va a apoyarles? Pobres angelitos.

Resultaba todo aquello un gran avance en 1992, cuando se emitía la primera temporada, pues introducir a un personaje homosexual con total naturalidad entre el grupo protagonista, y que su conflicto no fuera salir del armario podía resultar una paranoia. La misma paranoia que sufrieron aquellos directivos de Fox ante la propuesta de Darren Star, principal responsable de imponer este personaje gay ante el temor de esos jefazos que sufrían serias pesadillas con una espantada de anunciantes de la cadena.

Pero si echamos la vista atrás, parece ser este embrollo tan diabólico, que viene siendo la acera de enfrente, algo exclusivo del mundo paralelo de gatas en celo y venganzas por amor pasional de Aaron Spelling, la principal cabeza económica de todo el asunto. Pues suyo es también uno de los primeros hombres homosexuales de toda la historia de la televisión: el mismo Steven Carrington de Dinastía, que gritaría en horario de máxima audiencia en 1986: “Papá, soy marica”. Y no pasaba nada. Eso sí, cuando la serie ya iba viento en popa y nadie temía ningún escándalo. Bastante distraído estaba ya el público con los guantazos entre Alexis y Krystlel, como para parar a preocuparse por un millonario amanerado con ganas de llamar la atención. Que es lo único que les gusta.

Sorpresa, Steven Carrington tampoco se besaba en Dinastía porque todos sabemos que los gays se besan telepáticamente.

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’’¿Por qué no puede éste echar un polvo?’’, portada de ’The advocate’ en 1994.

“¿POR QUÉ NO PUEDE ÉSTE ECHAR UN POLVO?”
En 1994 fue la revista The advocate, enfocada a un público LGTBI, la responsable de lanzar la bomba que parecía no plantearse nadie. Hasta que se planteó. ¿Por qué en una serie de televisión especializada en orgías y sexo rápido se excluía al personaje gay de todo aquello? La portada ponía a Doug Savant como el mojigato Matt Fielding de Melrose Place, detrás de tan amenazante titular. “Los conservadores anunciantes y espectadores tienen tanto poder que no podemos permitir que Matt tenga el mismo contacto físico que el resto de personajes”, avisaba el propio Savant en la entrevista. Y estamos hablando de hace sólo poco menos de 25 años.

NO SOY HOMÓFOBO, TENGO MUCHOS AMIGOS GAYS
No fue hasta el verano de 2015 que la Corte Suprema de Estados Unidos aprobaría el matrimonio entre personas del mismo sexo y Variety, medio especializado en lo que de verdad interesa en la industria del entretenimiento, lanzaba el anzuelo al que era uno de los máximos responsables en plantar la semilla de toda esta revolución, el propio Darren Star. Pues Sensación de vivir y Sexo en Nueva York también son suyas.

“Era algo realmente complicado. Básicamente se podía hablar, pero no ver”, escupe Star. “Las discusiones era incómodas. Estaba teniendo esa conversación con adultos que tratan de ser geniales y modernos, pero ni ellos mismos se lo creen. Por favor, ¿no puede una persona homosexual ir de la mano de su pareja? ¿No le puede dar un beso?”.

Lo que sí que se podía en Melrose Place era asesinar a sangre fría, poner bombas en la puerta de casa, robar bebés recién nacidos, secuestrar a quien te llevara la contraria, poner los cuernos, volverse loca, fingir ceguera o invalidez, o unirse a peligrosas sectas de sexo libre. A 19 millones de estadounidenses les pareció un sistema de vida fenomenal.

Sólo había una cosa que jamás permitirían: un beso gay. Solo abrazos, porque todos sabemos que los homosexuales son seres extraterrestres muy sensibles que mantienen relaciones sexuales mediante tan afectivo y emotivo gesto. Pero resulta que los homosexuales no son Teletubbies.

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Matt Fielding, más soso que una planta y practicante del celibato.

Cuando Melrose Place se convirtió en un fenómeno cultural, ese equipo de publicistas sabía muy bien cuáles eran sus puntos fuertes de adicción, así que nadie dudó en vender la serie con sutiles títulos como “Los lunes es el día de las zorras” o “Melrose Place, donde la gente se acuesta nada más conocerse”. Dos titulares reales si no fuera por un pequeño detalle: no incluían al personaje homosexual, el cual sólo servía para realizar otro eslogan aún más expandido: “Yo no soy homófobo, tengo muchos amigos gays”.

Matt no tenía sexo, ni se masturbaba pensando en otros chicos. Matt era un ente al que sólo le preocupaba el contagio del VIH. Bueno, una vez le cogió el gusto a unas pastillas para estudiar de noche, porque todos sabemos lo que le gustan las pastillas a los gays. Ya lo dijo Paloma Cuesta en Aquí no hay quien viva: “¡Tengo una marcha! Parece que me he tomado una pastilla gay”.

Pensándolo bien, quizá ahí tenemos la respuesta a por qué los gays no se besaban en la ficción: porque todos sabemos que la homosexualidad tiene la exclusiva del VIH y se contagia a través de rozar dos bocas como muestra de amor. Pero no. Lo mejor que le pudo pasar a Matt era ser buena persona, pues Matt era trabajador social. También le pegaban buenas tundas por ser de aquella manera. Lo normal. Y tampoco es que haya cambiado mucho el panorama.

Matt también fue víctima de violencia doméstica, se lió con un hombre casado que lo utilizó para asesinar a su esposa y culparlo a él, se casó con una rusa que sólo quería el visado y pasó una noche en la cárcel por ofrecer su cuerpo a un policía. Un cocktail molotov que lo llevaría a la ruina, pues Matt termina huyendo a San Francisco, ese guetto gayfriendly, a ver si ahí alguien se dejaba de tonterías y le plantaba un beso de verdad. No ocurrió, le atropella un coche nada más llegar. Así es la vida de los gays, una montaña rusa. Pero sin besos.

Al fin y al cabo, Matt sólo fue una víctima del momento que le tocó vivir. Tendrían que pasar seis años para ver el primer beso entre dos hombres en televisión sin ironías ni equivocaciones. Fue Dawson crece la responsable de abrir la puerta, en el año 2000, a todos los que la siguieron después. Una puerta que muchos se empeñan en cerrar, aunque aquel ocho de julio de 1992 Melrose Place se atreviera a presentar en una televisión pública a un personaje protagonista abiertamente homosexual. Con beso o sin beso, ya valía la pena.