Existe una fotografía en blanco y negro que circula por Internet apareciendo de tanto en tanto en nuestros muros de Facebook. Seguro que la has visto. Se trata de una imagen de un matrimonio de avanzada edad con unas letras impresas sobre la pareja que rezan lo siguiente: “Un periodista preguntó a una vieja pareja: ¿Cómo habéis hecho para permanecer juntos 65 años? A lo que la mujer responde: Porque venimos de una generación en la que nos enseñaron que si algo se rompe hay que arreglarlo, no tirarlo”. La veracidad o no de esta historia (tanto el periodista como la supuesta pareja han quedado sepultados bajo su propio meme) queda en el aire. Sin embargo, la entrañable imagen de dos ancianitos que han permanecido juntos contra viento y marea tenía todas las papeletas para convertirse en viral: es tierna, es inspiradora, es emotiva y, por alguna extraña razón, conecta directamente con otra generación –esa para la que el wifi tiene la misma importancia que el oxígeno – experta en relaciones de corto a medio plazo y de baja intensidad. Relaciones de todo o nada.

Si analizamos el trasfondo del mensaje sin dejarnos llevar por las emociones pronto observaremos que el recado no es tan inspirador despojado del sentimentalismo que lo envuelve. Si pensamos en viejos matrimonios – en la generación de nuestros padres o nuestros abuelos, por ejemplo – que han aguantado sin aguantarse durante años hasta que la muerte los separe, nos preguntamos si es realmente necesario pegar los trozos de un jarrón que de tantas veces roto ha perdido hasta la forma. Si no conviene sumergirse en la nada antes que en un tedioso y trasnochado todo.

Esta dicotomía antagónica se presenta de una forma mucho más elaborada en un reciente estudio del Departamento de Psicología de la Universidad de Northwestern titulado “El modelo asfixiante: porqué el matrimonio en América se ha convertido en la institución del todo-o-nada” y pese a poner el ojo al otro lado del Atlántico, las conclusiones del estudio son perfectamente extrapolables a nuestra sociedad: los nuevos matrimonios tienen el doble potencial de ser mejores y peores que nunca. Nos encontramos inmersos en el momento más individualista de la historia donde el “yo” siempre supera al “nosotros”, esta nueva mentalidad provoca cambios en las relaciones interpersonales y en cuanto al matrimonio, parece como si hubiese pasado de ser una necesidad básica en la pirámide de Maslow a una clave más para conseguir la autorrealización.

Las tornas han cambiado según el estudio que divide la evolución del matrimonio en tres eras diferentes: en la primera, el matrimonio era casi una transacción económica que aportaba una seguridad, un plato caliente en la mesa y un techo donde cobijarse y en el que ser esposa era un trabajo a tiempo completo. No hace falta irse muy atrás en el tiempo para recordar cuando las mujeres tenían que casarse para poder abandonar su casa. El matrimonio era una especie de liberación: aquella que permitía que las mujeres abandonaran de forma definitiva el nido. La segunda era, que el estudio reconoce entre 1895 y 1960, se caracteriza por un paulatino reconocimiento de los derechos para la mujer y una mayor visibilidad en ámbitos alejados de lo doméstico. Durante esta segunda era, el foco del matrimonio era ser una fuente de amor y bienestar, quizás más centrado en la figura masculina y la familiar en general (los hijos) que en la propia mujer. El ideal del amor romántico empieza a cobrar más fuerza que nunca y los verdaderos outsiders del sistema eran aquellos que no se casaban por dinero, lo hacían por amor. Tras esta fase llegamos a la etapa actual, a la que el estudio bautiza como Era Auto-expresiva donde las personas buscan en el matrimonio –o la unión a largo plazo – cubrir otras necesidades como la autoestima, la autoexpresión y el crecimiento personal.

“¿Qué es para ti una relación perfecta?” pregunté hace poco a un nutrido grupo de cobayas de laboratorio a las que me gusta llamar amigas. “Que sea mi mejor amigo”, dijo una. “Que formemos un equipo” parecía ser la respuesta más común. “Tenemos que tener muchos intereses comunes”, comentaba otra “si no al final es un aburrimiento”. Las respuestas no distaban de los resultados de este estudio : “Como la tendencia ha aumentado a ver nuestros matrimonios como una fuente de ayuda para alcanzar nuestras más profundas necesidades psicológicas – por encima de que nos ayuden a cultivar nuestras tierras o sencillamente que nos quieran, por ejemplo – cada vez requerimos de una comunicación más fuerte y mayor responsabilidad que nunca. Por eso cada vez más y más matrimonios tienen dificultades para alcanzar esos elevados estándares, especialmente si tenemos el añadido de otros problemas y situaciones de estrés en nuestras vidas”.

¿Cuáles son las ventajas, entonces, de este nuevo modelo que resulta a priori tan desolador? El estudio también arroja algunos datos positivos y de ahí que, como comentábamos al principio, estemos ante el peor y a la vez el mejor panorama en cuanto a relaciones a largo plazo se refiere: “Aquellos que tienen éxito en la construcción de un matrimonio en el que puedes llegar a conocer tus más profundas necesidad psicológicas – un matrimonio que nos ayude a acercarnos más a nuestro “yo” ideal – son increíblemente satisfactorios. Lo que nos lleva a la siguiente conclusión: alcanzar un matrimonio satisfactorio hoy día es mucho más duro que en el pasado, pero al mismo tiempo, los beneficios de ese matrimonio son mucho mejores que en el pasado”. O en otras palabras: tira ese jarrón.