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¿Quién hizo qué (en el mundo del diseño)?
Repasamos la vida y la obra –también milagro, al menos para sus devotos– de los grandes padres del diseño del Siglo XX. Sillas, mesas y butacas con firma de autor que se han ganado a pulso el apelativo de icono, que mantienen su frescura intacta y que siguen fascinando igual que el día de su creación. Estos son los nueve padres (y una madre) fundadores y algunas de sus piezas más destacadas. ¡Porque hay vida más allá de la silla Barcelona!
Repasamos la vida y la obra –también milagro, al menos para sus devotos– de los grandes padres del diseño del Siglo XX. Sillas, mesas y butacas con firma de autor que se han ganado a pulso el apelativo de icono, que mantienen su frescura intacta y que siguen fascinando igual que el día de su creación. Estos son los nueve padres (y una madre) fundadores y algunas de sus piezas más destacadas. ¡Porque hay vida más allá de la silla Barcelona!
Arne Jacobsen
Hay una máxima de Arne Jacobsen que a poco que se indague en su figura aparece una y otra vez, como una mantra, y es que lo más importante es la proporción. Después está el tema de la concepción global, la del arquitecto como creador de un todo: continente y contenido.
Arne Jacobsen nació a principios del pasado siglo en Dinamarca y empezó su carrera como albañil; sólida base para conocer la profesión desde los cimientos. Tras graduarse abrió su propio estudio y plantó la semilla de su estética con diferentes casas. La Segunda Guerra Mundial y una ascendencia judía lo tuvieron recluido en Suecia durante un tiempo, pero a la que volvió a Dinamarca ya no hubo marcha atrás: los grandes encargos –como el Ayuntamiento de Rødovre– y el diseño de mobiliario –la butaca Egg, las sillas Gota o la Serie 7– dejaron al mundo pasmado ante tanta genialidad. © Getty Images
Richard Neutra
Richard Neutra se inventó la modernidad; dibujó la estética de mitad de siglo XX y su sello aún sigue vigente (y adorado y reconocido, porque no ha habido aún nada ni nadie igual).
Nació y se graduó en Viena; trabajó en el corazón de la Europa despejada y racional hasta que dio el salto a los Estados Unidos, a Chicago en concreto, donde entró a formar parte del estudio de Frank Lloyd Wright. Trabajó con su maestro hasta 1926, cuando abrió su propio taller. Y ahí vino el punto y aparte.
Su manera de entender las casas fue revolucionaria: con el techo plano, apenas división en el espacio y unos rectángulos infinitos de vidrio que hacían las veces de pared. Abatibles, además, para fundir interior y exterior como dos partes de un todo. © Getty Images
Richard Neutra
Silla Boomerang, creada a principios de 1940 por Richard Neutra. El genio de Viena declinó la pieza en diferentes versiones; ahora lo hace su hijo: Dion Neutra.
Isamu Noguchi
Es imposible cuantificar cuánto aportó él, cuánto le fue legado por herencia genética y cuánto hubo de influencia gracias a sus amistades: su padre era poeta y japonés y su madre escritora y norteamericana; él un completo artista multidisciplinar que tan pronto diseñó paisajes como muebles; y sus conocidos, Alexander Calder y Alberto Giacometti. Queda claro que ante este imponente cuadro de coordenadas, se moviera por donde se moviera, el resultado iba a destilar diseño.
Su piezas más icónica, reconocible, famosa: la Coffe Table. Dos patas orgánicas y de nogal sobre las que se apoya un cristal en forma de triángulo; tan simple y tan perfecto. © Getty Images
Le Corbusier
Hablar de Charles Édouard Jeanneret –el verdadero nombre de Le Corbusier– y del diseño es como hablar de Balenciaga y de la moda; algo parecido a caer en la marmita de la genialidad y perderse en la espiral del huevo y la gallina (claro que en el caso que nos ocupa él fue el genio y suya la figura).
Le Corbusier nació en Suiza pero se instaló en París, y desde allí disparó en dirección a todas las disciplinas que dominaba (y eran muchas): la pintura, el diseño de mobiliario y por supuesto, la arquitectura. Son fácilmente reconocibles dos corrientes dentro de su trabajo, y es que no hay que ser un lince para atisbar las diferencias entre ambas. Por un lado está la Villa Savoye: recta, blanca, limpia, pura y simple; perfecta tanto en su concepción como en su ejecución.
Construida entre 1928 y 1931 a las afueras de París como una residencia de descanso, la Villa Savoye asentó sus cinco principios fundamentales del diseño: construcción elevada sobre el suelo, espacios abiertos carentes de paredes, ventanales longitudinales, fachadas despejadas y tejados funcionales. De ahí a Nôtre Dame du Haut, construida en Ronchamp (Francia) en 1954; sólida y compacta pero repleta de una mística brutal.
Además de la pintura, a Le Corbusier aún le quedó tiempo para el mobiliario: la silla LC1, la chaise-longue LC4 o la butaca LC3 siguen siendo dos piezas de rotunda vigencia y perfecta proporción. © Getty Images
Charles (y Ray) Eames
Y la presentamos entre paréntesis porque no aparece en la foto, pero fue el 50% de este tándem creativo que parió los diseños más reverenciados, idolatrados y celebrados del pasado siglo en materia de mobiliario. Basten los dos que ilustran esta galería como muestra de su buen saber hacer: la silla Plywood y la Long Chair, la primera de 1945 y la segunda de 1956.
Ella fue su alumna, él un profesor entregado que lo abandonó todo por correr a su lado; juntos se profesaron tanto amor y devoción como se lo profesaron al diseño. Lo pusieron patas arriba y revolucionaron la estética del midcentury, tanto que aún hoy siguen siendo una inagotable fuente de inspiración y un referente. Las sillas fueron un gran caballo de batalla para la pareja –la Fonda, obra suya, está más en boga ahora que nunca– pero dieron la campanada con el modelo Plywood; tan graciosa e interesante como el primer día, incluso más si cabe con el paso del tiempo. Casi una década después vino otro de sus best-sellers, la Lounge Chair. No ha habido morada desde mediados de los 50 digna de mención por su decoración que no haya contado con un ejemplar en su salón o biblioteca. © Getty Images
Jean Prouvé
Damos la bienvenida a otro ilustre apellido en la heráldica del diseño (este viene de la rama francesa de la familia): Prouvé, de nombre Jean.
Su silla Standard (o la copia, vaya) es reclamo obligado en las cafeterías de nuevo cuño y diseño en boga. La mesa Guéridon, sucinta pero robusta, un ejemplo de mueble bien resuelto. Y así podríamos seguir con casi cada uno de los muebles que llevan la firma de Prouvé.
Lo cierto es que el francés se adscribió a la corriente de modernidad que atravesaba el diseño en su época, y apostó fuerte por la construcción prefabricada, por los nuevos materiales y por la lógica en su concepción. Hoy en día sus muebles son auténticos objetos de deseo con acólitos tan confesos como rutilantes: Brad Pitt, Marc Jacobs o Martha Stewart están entre ellos. © Getty Images
George Nelson
Hizo mucho y lo hizo bien, pero George Nelson tocó el cielo con el sofá Marshmallow: un conjunto de dieciocho cojines elásticos y coloridos como fichas de un juego infantil, apoyados sobre una estructura de hierros. Nelson diseñó un banco atómico y potente que deleitó a propios y a extraños con su frescura y su ironía. También dio vida al Ball-Clock y a la silla Pretzel, dos botones de muestra de su guasa y de su capacidad resolutiva.
En calidad de director tuvo bajo su batuta a los Eames y a Noguchi. Y es que Nelson fue el señuelo, el gancho para que los grandes del diseño se dejaran querer por Herman Miller, el mayor productor de muebles norteamericanos durante la mitad del siglo XX. Juntos, fabricante y diseñadores se las arreglaron para asentar una nueva estética. © Getty Images
Hans Wegner
Diseñar 500 sillas diferentes se dice pronto pero lleva un vida; además cuando todas y cada una de ellas es digna de observar y analizar, pues hay para echarle guindas al pavo (pero sin parar).
El nombre de Hans Wagner irá siempre unido al de otro ilustre del diseño nórdico: Arne Jacobsen, para quien trabajó en su estudio. Pero en solitario y como mente autónoma no se quedó atrás. La silla Redonda (en la pestaña siguiente), la Flag Halyard , la Peacock, la China o la mejor de todas, la Wishbone forman parte del tesoro que el diseñador danés le legó al mundo. El mundo quedó en deuda ese día con él. © Getty Images
Eero Saarinen
De casta le venía al galgo; el padre de Eero Saarinen también fue un reputado arquitecto, pero aquí la historia arranca cuando el hijo se establece por libre. Y da rienda suelta a su intuición (y también a sus manías: no soportaba el entramado de patas en una mesa). De ahí nació una de sus grandes aportaciones al mundo del diseño, la Dining Table. Apoyada sobre un solo soporte como única pata, la mesa redundó sobre otro mítico diseño: la silla tulip. Y aunque en la arquitectura también aportó su granito de arena, la Ball Chair, tan enigmática, divertida y retrofuturista, es un mueble que (nunca, pero nunca) jamás se cansa uno de ver. © Getty Images
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