No estás sola. No eres la única a quien se le quedó cara de tonta la semana pasada cuando oyó el nombre de Svetlana Alexiévich. Nos pasa cada año, siempre la misma punzada hiriente en nuestro frágil ego de cultureta recalcitrante. Ay, querida, precisamente a ti, que te sabes de memoria las obras completas de Rulfo y Schopenhauer... Y aún así, nunca tienes ni idea de quién es el nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura. Es que ni te suena. Qué dolor.
En serio, los suecos lo hacen aposta. Claramente.

Pero ha pasado casi una semana ynos ha dado tiempo de hacer los deberes. Primero leímos la Wikipedia de Alexiévich, luego varias entrevistas, y ya casi hemos terminado Voces de Chernobyl, el único libro de esta bielorrusa traducido al español.
Al final del bucle febril por curar el herido orgullo intelectual, descubrimos que sólo hay 14 mujeres entre los 108 ganadores de los Premios Nobel de Literatura. Ahora lo que duele es el orgullo de género.

14 mujeres nobeles. Unas cuentan el mundo desde el cuarto de la plancha, otras huyeron de dictaduras el 29 de febrero de un año no bisiesto. Unas nos regalaron poemas más honestos que la vida y otras, novelas sin ficción ni fantasía. Todas ellas, mujeres excepcionales que poseen la extraordinaria cualidad de hacer literatura femenina sin caer en el insoportable sentimentalismo ni en el siempre acechante ombliguismo.

Alexiévich ha conseguido que el periodismo gane por primera vez el premio literario más importante del mundo. Cierto que García Márquez era periodista, pero premiaron su obra literaria. No hay más que echar un vistazo a las redacciones de los medios generalistas, por no hablar de sus cúpulas directivas: la mayoría masculina es casi tan aplastante como el 14-108 de los nobeles literarios. Y la comparan con Kapuscinski, como si Kapuscinski lo hubiera ganado alguna vez.

“A veces me pregunto por qué continúo descendiendo a los infiernos. Creo que lo hago para encontrarme con el ser humano”. La bielorrusa era capaz de hacer hasta 700 entrevistas para escribir un libro. Setecientas. Mientras los demás queremos tirarnos por el balcón cada vez que terminamos una, ella hace se-te-cien-tas para un solo libro.

Alexiévich reconoce que lo suyo es “literatura sin ficción”. Cuenta la vida con crudeza, pero sin caer en la autoconciencia que padecen muchos escritores hombres. Esa es otra lección fascinante que comparten las mujeres nobeles y que supo explicar como nadie Alice Munro, la canadiense que lo ganó en 2013: “Nunca voy a poder sentir, como los hombres, que lo más natural es que todo gire alrededor de mi trabajo y mis intereses”.
Cuántos escritores consagrados hay que están encantadísimos de conocerse. Pues eso.

Munro es feminista casi por accidente. Su obra, lejos de ser reivindicativa, se queda con la maravilla de lo cotidiano. Era, como tituló en los años sesenta un diario de Vancouver, “un ama de casa que escribía relatos”. Lo hacía desde el cuarto de la plancha, mientras sus hijos dormían la siesta. Desde los límites de ese universo doméstico que se les imponía a las mujeres de su generación, logró destacar en el mundo masculino de la literatura.

Face, Hair, Head, Nose, Human, Eye, Mouth, Lip, Cheek, People, pinterest

Un feminismo de acciones -no de idearios- defendió hasta la paradoja la poetisa chilena Gabriela Mistral, que ganó el Nobel en 1945. Maestra de profesión, llegó a ser acusada de antifeminista cuando dijo que no deseaba que las mujeres se dedicaran al trabajo sucio de una fábrica. Lo que quería para nosotras era la plena ilustración y no desperdiciar la lucha feminista en acceder a trabajos burdos, en los que acabar exhaustas: “Los días más felices son aquellos que nos hacen sabios”.

A Doris Lessing, ganadora en 2007, ni siquiera le gustaba que El cuaderno dorado se considere el santo grial del feminismo. Sólo quería contar la vida de las mujeres, sin revanchas ni grandilocuencias. El premio no la pilló planchando, pero sí saliendo de un taxi hacia su casa y diciendo aquello maravilloso de “No me podría importar menos”.

A la polaca Wislawa Szymborska también le importaba un pepino el Nobel, de hecho hasta la incordió. Estaba escribiendo un poema aquel día de 1996 en que se anunció el galardón y con el alboroto no pudo retomarlo hasta tres años después.
“Debo mucho a quienes no amo”, dijo Szymborska, que escribía versos más honestos que la vida. Con una obra femenina pero no sentimental, también se quitaba importancia a sí misma sin caer en la falsa modestia:“Intento no pensar mucho en mí, y no es pose, de veras no estoy en el centro de mi interés. El mundo es tan interesante que no vale la pena ocuparse de uno mismo”.

La rumana Herta Müller, que lo ganó en 2009, nos enseñó que “el hambre devora casi todo el arte” y que la poesía son oraciones para las personas no creyentes. Ella misma se recitaba siempre una antes de ser interrogada por los agentes delrégimen de Ceacescu.“La fe en Dios es la primera utopía de la que renegué”.

Müller es esa mujer que abandonó su país el 29 de febrero de un año no bisiesto, un guiño macabro que los funcionarios rumanos de la dictadura fijaron como fecha en su pasaporte para entorpecer su huida hacia Alemania.

Alexiévich, Mistral, Szymborska, Munro y Müller son sólo cinco de esas 14 mujeres geniales y únicas.El resto está en esta lista completa, siempre esperando a que las descubran más allá de la Wikipedia:
2015: Svetlana Alexiévich; 2013: Alice Munro, 2009: Herta Müller; 2007: Doris Lessing; 2004: Elfriede Jelinek; 1996: Wislawa Szymborska; 1993: Toni Morrison; 1991: Nadine Gordimer; 1966: Nelly Sachs; 1945: Gabriela Mistral; 1938: Pearl S. Buck; 1928: Sigrid Undset; 1926: Grazia Deledda; y 1909: Selma Lagerlöf.