Los Ángeles. Enero de 1997. Esa alta calefacción dentro de las oficinas que Sony posee en Culver City no impidió que el ambiente se enfriara de repente. “Y bien, cuéntame: ¿cómo narices vas a salvar esta película?”. Tan amenazantes palabras provenían de aquel ejecutivo del estudio que acababa de girar su aseada cabeza, con amenazante mirada, impecable afeitado y recién planchada corbata. El director P.J. Hogan se hundiría en su butaca, pues aquella proyección de prueba –eso que en la jerga del gremio se conoce como ‘test screening’– no había salido según lo esperado. Los 40 millones de euros invertidos en La boda de mi mejor amigo podían haber sido tirados a la basura si no fuera por un cambio del final in extremis. Y P.J. Hogan no sólo salvaría la película. Hace 20 años P.J. Hogan salvaría el mundo tirándose desde la azotea de un edificio de 50 pisos.

“INGENIOSA Y SEGURA DE SÍ MISMA”
En 1997 no existía WhatsApp, ni apps de ligoteo, ni bloqueos en las redes sociales, pero Julia Roberts nos demostró que no era necesaria una clave wifi para hacer el ridículo en esa feria ambulante que es el amor no correspondido. En La boda de mi mejor amigo 'la' Roberts es una importante crítica gastronómica que describe a los postres que le gustan como ella misma se siente: “Ingeniosa y segura de sí misma”. Algo de lo que parecían estar seguros en ese rodaje hasta que un público seleccionado viera la película pocos meses antes del estreno.

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SI TE GUSTA ALGUIEN, DÍSELO…
…a tiempo. O puede que te arrepientas toda la vida. Enamorada de su mejor amigo, con el que había hecho la surrealista promesa de casarse en caso de llegar a los 28 años estando los dos solteros, entra en cólera cuando éste la llama para invitarla a su inminente boda. Ese al que no le había dicho lo que de verdad sentía por él cuando el sentimiento era mutuo. Ahora ya es tarde. Señora.

Así que, directamente y sin lubricante, aquel “soy una chica ocupada. Sólo tengo cuatro días para impedir una boda y robarle el novio” se estaba atreviendo a poner a la novia de América como la mala de la película. Lo que seguía a continuación era una comedia de enredo adornada con canciones de Dionne Warwick. Lo que por otra parte justifica que aquella audiencia diera la voz de alarma de que el mejor amigo gay había robado la película y conseguir así más escenas para Rupert Everett.

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“QUÉ DEMONIOS, LA VIDA SIGUE”
“Les caía tan mal, que la querían muerta”, cuenta Hogan a Entertainment Weekly, por el 20 aniversario de la película. Así que se verían obligados a cambiar un final en el que Julia encuentra el amor con un invitado espontáneo de esa boda. El mismo John Corbett que paseaba a Sarah Jessica Parker por Sexo en Nueva York. La misma Sarah Jessica Parker que a punto había estado de protagonizar todo esto si no se hubiera amparado bajo el endiosado refugio de HBO.

Hace 20 años La boda de mi mejor amigo, comedia romántica del Hollywood más clasista, se atrevió a cambiar el mundo dejando a su protagonista sola, descompuesta, sin novio y abrazada, con un vestido de color lavanda, a su mejor amigo gay. Y Julia se convertiría en la principal enemiga de esa ya casi extinta estirpe social conocida como ‘mariliendres’. Esa sarcástica mujer biológica, desdichada en el amor y necesitada de un perrito faldero para sentirse todo lo deseada y llena de vida que no le hacen sentir sus compatriotas heterosexuales. Pues Julia, crítica gastronómica de éxito, y con el volumen de pelo más envidiado de todo Nueva York, había puesto el listón muy alto.

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Ese público privilegiado había decidido que, después de tanto desparrame de maldad, en eso de intentar robar novios y forzar un amor no correspondido, Julia no se merecía ser feliz. O lo que el mundo entiende por felicidad. Pero sí la ayuda de la persona que les había hecho reír durante toda la película. Así que, entre todos los afectados, ayudaron a crear los últimos cinco minutos más originales en una comedia romántica. Un final que se debería estudiar en las escuelas de cine. Romper normas no escritas de un género, tradiciones y lanzarse al vacío con todo encima.

Y en ese rodaje se volvería a plantar Julia con tremendo pelucón naranja, que por aquella ya se había cambiado de pelo, para bailar el I say a little prayer con Rupert Everett, partirse el culo de risa y escuchar el mejor consejo posible ante un desamor: “¡Qué demonios! ¡La vida sigue!”. “Con esta escena del baile final, la audiencia perdona a Julianne. “En sólo cinco minutos, fuimos capaces de que la gente olvidara toda la película y le cogiera cariño al personaje que ha odiado durante una hora y media”, sigue explicando su director.

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“Y él va hacia ti. Con los andares de un gato salvaje. Y aunque tú, acertadamente, sientes que es gay. Como son la mayoría de los solteros arrolladoramente guapos de su edad. Piensas: ¡Qué demonios! ¡La vida sigue! Quizá no habrá matrimonio. Quizá no habrá sexo. Pero, por dios, seguro que habrá baile”.

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL
La sociedad, los medios de comunicación y el género de la comedia romántica en sí se empeña en seguir inculcando que, para ser completamente feliz, es necesaria una pareja sentimental. Aunque ésta sea a la fuerza. Con la hipocresía de que una pareja a la fuerza es el inicio de todo mal.

Los no tan medievales matrimonios concertados ya no se llaman así por pura vergüenza, pero no es que disten mucho de unirse a alguien por una fatídica necesidad de dependencia emocional. Este nuevo final con dos amigos entregados a la vida, con éxito laboral y sin necesidad de encontrar el amor como supervivencia, consigue que resurja la esperanza del cambio.

Sorpresa: ninguna de aquellas nuevas comedias románticas que siguieron a La boda de mi mejor amigo se atrevieron a romper más moldes. Razón por la cual esta rara avis sigue elevada en un pódium intocable a la vista.

¿Pero qué narices nos va a enseñar una comedia romántica? La comedia romántica, ese subgénero de cine tan hundido por su explotación enfermiza sacacuartos, que vería uno de sus puntos más altos precisamente en este atentado contra sus normas sentimentales.

En cambio, para los más fieles a la tradición y el clasismo, sí existe un final alternativo visible. Pues no es casualidad que en Agosto Julia Roberts y Dermot Mulroney vuelvan a coincidir con un matrimonio en proceso de separación, hundido en la miseria, y con una hija indomable, principal víctima de las malas decisiones de sus padres en la vida. Exactamente lo más predecible de haber conseguido Julia robar el novio de aquella boda.

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“MEJOR QUEDAMOS COMO AMIGOS”
Malditas palabras que retumban en la cabeza de tantos. Se suele temer la conocida como ‘friendzone’ (el “me caes genial, pero como amigo” de toda la vida) como algo realmente aterrador, sin tener muchas veces en cuenta que, en algunos casos, existen personas que te van a aportar mucho más desde ese lado que como posible lío de dos semanas. Que es lo máximo que tenderá a durar dicho asunto, por el que uno de los dos no esté tan interesado, por no decir nada.

Por eso, cuando Julia decide poner el freno al plan y rendirse ante la evidencia, estaba eligiendo con esto algo mucho más importante que un amor a la fuerza: a su mejor amigo. En cambio, si hubiera conseguido que su maquiavélico plan para hundir ese matrimonio llegara a buen puerto, ni en dos siglos hubiera recuperado la dignidad.

Y ahora, tú, final de La boda de mi mejor amigo. Tú, que decidiste romper con todo lo escrito y revolucionar un poco. Tú, que te pasaste las normas sociales por donde se pasa la esponja todas las mañanas Julia Roberts. Tú, que conseguiste que I say a little prayer nunca volviera a significar lo mismo. Y tú, que enseñaste una gran lección de vida de última hora demostrando que rectificar es de sabios.

Los errores se pagan caros, pero La boda de mi mejor amigo recaudaría poco menos de 300 millones de euros en todo el planeta, revitalizaría una comedia romántica que parecía muerta y le daría a Julia Roberts su mejor taquillazo desde Pretty Woman. La boda de mi mejor amigo es una película de redención ante los descalabros sentimentales. La boda de mi mejor amigo es la vida.