A nadie le gusta llorar en público, pero casi todos acabamos pasando por ese trance alguna vez en la vida. Son momentos terribles, indignos y, generalmente, bastante patéticos. Cuando los ojos comienzan a llenarse de lágrimas y el mentón a temblar, saltan todas las alarmas: te vas a poner a llorar aquí, delante de toda esta gente, no podrás contenerte. Y no llevas encima las gafas de sol. Maldita sea.

Para aligerar un poco esa sensación agobiante y desesperante, aquí van unas cuantas instrucciones y consejos que aliviarán tu aflicción:

1-AL BAÑO

Da igual dónde estés. En el trabajo, en una fiesta o en un bar. En cuanto notes que empiezan las ganas irrefrenables de ponerte a llorar como una plañidera, corre al baño. No hace falta que te disculpes, ni que preguntes dónde demonios está el servicio. No hables ni para eso, sabes bien que si dices una sola palabra, las lágrimas estallarán y perderás totalmente el control de tu llanto. Es como si, al hablar, alguien quitara la compuerta de ese gran embalse que son tus ojos y todas esas lágrimas brotaran más rápidas, liberadas de todos tus frenos.

En un hercúleo esfuerzo de contención lacrimal, has logrado llegar hasta el baño. Bien por ti. Cierra con pestillo. Ya estás sola, ahora déjate llevar y ponte a jipiar todo lo que te de la gana. En serio, puedes hacer ruido mientras lloras: cuanto más sonidos hagas, más rápido se terminarán las lágrimas. El llanto silencioso suele ser infinitamente más largo, tanto, que a veces parece eterno. Así que desátate, no pasa nada, nadie te ve y tienes hasta papel higiénico a mano.

2-RESPIRA HONDO CINCO VECES

Ya te has quedado sin lágrimas. Bien, buena señal. Ahora, haz cinco respiraciones profundas. Ok, no hay estudio científico sobre esto, pero la que firma estas líneas ha comprobado que cinco es la cifra ideal. Con menos no te da tiempo a tranquilizarte y con más acabas francamente mareada.

3-DESHINCHA ESOS OJOS

Ahora que ya te has relajado y te sientes muy oxigenada, échate agua fría en la cara. La probabilidad de que la tengas más hinchada que los morros de Kim Kardashian es alta o altísima, así que considera una muy buena idea empapar papel y ponértelo un rato en cada ojo.

Comprueba si tienes a mano toallitas húmedas. Si los astros se han puesto de tu parte y consigues una, frótala suavemente por el contorno de tus ojos, por la comisura de tus labios y por las aletas de tu nariz. Deposita en ella toda tu fe.

4-PÍNTATE LOS LABIOS

Sécate y mírate al espejo. Si te ha dado tiempo a llevar el bolso contigo, saca tu pintalabios y retócate. Además de sentirte mejor, conseguirás que tu boca recién pintadallame la atención y la desvíe de tus ojos recién llorados.

Sal del baño, vuelve con la gente. Llevas los labios pintados y ligeramente hinchados. No te has dado cuenta, pero estás con el guapo subido. Y ya puedes sonreír.

5-¡NO HAY BAÑO!

Demonios, estás en una situación atípica en la que no tienes un baño cerca. Ok, que no cunda el pánico. Puede que estés en la calle y de repente te hayan entrado unas ganas terribles de llorar. Da igual el motivo, da igual que te acaben de decir que te dejan por tu mejor amigo, que te han despedido del trabajo de tus sueños, que se ha muerto tu gato... Da igual, lo único que importa ahora es que vas a llorar ahí, en plena acera, con toda esa gente a tu al rededor. Si lo haces, sabes que te sentirás fatal, tu dignidad se escapará por esa alcantarilla que tienes justo a tus pies. No quieres llorar, maldita sea, no en esas circunstancias.

Cuando ves a un extraño hacerlo por la calle, en el Metro o en la parada del autobús, sientes una pena tremenda por esa persona. No es desprecio, ni si quiera la ves ridícula ni desquiciada. Sientes pena por ella. Y tú no quieres dar pena. Es urgente darle un poco de dignidad a esta escena: tienes que conseguir sentirte como la protagonista de la novela de un gran escritor francés. Sólo así conseguirás despojarte de esa pesadumbre insoportable que te da llorar en público.

Como eres una persona muy afortunada, vives en una ciudad con río y puentes. Y... ¡fíjate!¡pero qué suerte has tenido! Un par de calles más abajo hay un hermoso puente. Corre hacia él y, cuando llegues, fija tu mirada en el horizonte mientras dejas las lágrimas caer libres por tus mejillas. La brisa mueve tu melena. Sigues llorando. Pero no importa.

6-¡NO HAY PUENTES!

Vaya tela, a quién se le ocurre vivir en una ciudad sin puentes. Recapitulemos: no hay baño en el que poder esconderse y no hay puente al que poder ir para sentirse melodramática e interesante. Consejo: sólo te queda reír. Coge el móvil y haz como si alguien te estuviera contando algo graciosísimo. Ríe con todas las ganas que puedas, porque la risa espanta el miedo, pero también dulcifica el llanto.

7-¡LA RISA NO TE SALE!

Eres de risa difícil y la barbilla ya está en la fase tiriteo. Coge el móvil y ponte un vídeo de gatos y pepinos. Pero si el llanto que te reviene es tan grande que no hay gatito asustado que lo frene, lo mejor es que atajes y te pongas directamente el de la salchipapa.

8-ERES INMUNE A LA SALCHIPAPA

¿PERDONA? Mmmm... ¿Eres Carlos Boyero? ¡Eres Carlos Boyero! ¿Pero qué haces llorando? Bah, seguro que es por culpa del cine iraní. No te hace falta baño y muchísimo menos un puente. Lo tuyo se arregla con... ¿un whisky solo?

9-NO ERES CARLOS BOYERO

¿Y aun así no te has reído con la salchipapa? Ñah. Pues sólo te queda esconderte a lo raruno. Si vas por la calle, busca una pequeña esquina y ponte de cara a la pared. Quedará extraño, probablemente la gente ni se acerque a ti (pensarán que eres un perturbado), y tú te sentirás tan ridículo en esa posición que las lágrimas pararán ipso facto.

10-AL SUELO

Si estás en la oficina, métete debajo de la mesa. Como no eres Carlos Boyero, pero aun así eres un tío muy raro, en lugar de excusarte con que se te ha caído la lentilla, dices que viviste una temporada en (por ejemplo) Japón y desde entonces adquiriste la excéntrica costumbre de echar la siesta ahí.

Mírame, aún tengo los ojos llorosos, me acabas de despertar.