Feminismo de armas tomar
Pocas veces en la historia (al menos en las últimas décadas) se ha hablado tanto de este término como ahora. Inmerso en un proceso de reivención, inspirador pero desconcertante, algo parece claro: su poder viene de las mujeres que lo hacen grande. Harper’s Bazaar reúne a algunas de ellas, periodistas, políticas, artistas y directoras de cine, para analizar la vigencia de su mensaje.
Napoleón decía que el pueblo no tenía que ser libre: había que hacerle creer que lo era porque de esa manera dejaba de pelear por la libertad”, cuenta la periodista Rosa María Calaf. “Eso mismo se puede aplicar a las mujeres. No podemos creer que se ha conseguido la igualdad porque entonces es cuando se deja de pelear por ella”. Así habla la reportera de un movimiento que hoy se encuentra en plena ebullición, experimentando con nuevas formas y lenguajes, en busca de una reinvención que se adapte a un mundo en movimiento constante e hiperespectacularizado, sin traicionar sus principios y manejando, no sin debate, las contradicciones que todo proceso evolutivo encierra.
Sal Paradise (en realidad, Jack Kerouak) hablaba en la novela En el camino (1957) sobre una tía suya, que sostenía que el mundo no alcanzaría la paz hasta que todos los hombres de la Tierra se pusieran de rodillas y pidieran perdón a las mujeres. Esta obra no ha pasado a la historia precisamente como alegato feminista, pero, ¡ay, esa señora del Medio Oeste norteamericano, qué visión tan lúcida tenía en 1957 sobre el patriarcado que había construido el universo en el que le había tocado vivir! Ocho años antes, en 1949, Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo, que, combatiendo el mito del eterno femenino, contribuyó a cambiar la imagen de la mujer en la sociedad contemporánea. “No sabemos cuál de nuestras acciones en el presente condicionará el futuro. Pero tenemos que actuar como si todo lo que hacemos importara. Porque puede que sea así”, declaraba años después Gloria Steinem, icono del activismo durante los años sesenta y setenta, en sus recientemente publicadas memorias, Mi vida en la carretera (Ed. Alpha Decay), cumplidas las 82 primaveras.
“Muchas mujeres reniegan del feminismo sin pararse a pensar que este ya les ha salvado la vida. Pueden votar, pueden abrir una cuenta en el banco sin permiso, pueden viajar solas, pueden trabajar... Pueden hacer, casi, lo que les dé la gana”, plantea la artista Roberta Marrero. “Yo he pasado gran parte de mi carrera intentando demostrar por qué estaba ahí. Por el hecho de ser mujer, las capacidades no se te presuponen”, esgrime Calaf, que fue la reportera más veterana de Televisión Española, abrió corresponsalías en varios países y cubrió conflictos armados y catástrofes hasta convertirse en un referente del periodismo. “A mis alumnas de la universidad les insisto en que las mujeres tenemos que dejar de pedir perdón por hacer lo que queremos, es hora de afrontar las cosas sin miedo, sin esperar permiso y sin estar tan agradecidas porque nos hayan permitido hacer algo. Sigue siendo necesario recordarlo”, añade.
"La lucha del feminismo es por la posibilidad para cada mujer de elegir lo que le dé la gana sobre qué hacer con su vida"
Rita Maestre
Desde la política existe también una nueva generación que trata de reactivar los principios de un movimiento que parecía haber muerto –tal vez de éxito– a fnales del siglo pasado. “Para empezar, logra que los espacios donde se toman decisiones sean verdaderamente representativos de la sociedad a la que dicen representar [actualmente, según el Instituto Nacional de Estadística, el número de alcaldías ocupadas por mujeres en España no llega al 20%]. Además, trata de introducir una manera de ejercer el mando diferente a la que generalmente ha tenido la perspectiva masculina. El poder no es un objeto que se posee, es una relación. Uno tiene una autoridad porque otros se la delegan”, explica Rita Maestre, portavoz del Ayuntamiento de Madrid. Apunta también a otro de los grandes retos pendientes, que tiene que ver con la representación de la mujer en los medios de comunicación. Se queja de que el anterior alcalde de la capital siempre fue nombrado como Gallardón, mientras a la actual, Carmena, se referen como Manuela en la calle y, a menudo, también en la prensa: “Encierra una parte bonita que tiene que ver con la cercanía, pero muestra también cómo consideramos a cada uno. Sucede con las deportistas, las científicas y las mujeres de otros ámbitos que, a menudo, son juzgadas desde su físico o sus trayectorias personales en lugar de por sus méritos. Es un compromiso diario visibilizarlo para que no se cotidianice, como sucede también con cierto tono de condescendencia que se percibe en muchos varones cuando tratan con mujeres”. Es lo que la historiadora y periodista estadounidense Rebecca Solnit saca a relucir en su libro Los hombres me explican cosas (Ed. Capitán Swing, 2016), un alegato neofeminista sarcástico y honesto hasta el sonrojo, nacido de una conversación con un colega que le enseñaba, como si fuera una colegiala, las virtudes de un texto que resulta había escrito ella, aunque el caballero no lo sabía.
Últimamente, ha sido el gremio de las estrellas del celuloide el que se ha convertido en portavoz de desigualdades vigentes con una serie de gestos que, seamos honestos, encierran más valor por su impacto mediático que por la verdadera necesidad de sacar de la opresión a un sector privilegiado. Pero la refexión, afortunadamente, va más allá. “No hay imágenes inocentes”, sentencia la actriz y directora Leticia Dolera. “El arte no solo refeja la realidad, sino que también la moldea, y hay que asumir una responsabilidad cuando ideas los mensajes que lanzas a la sociedad, porque entre todos creamos un discurso que cala y se perpetúa. Desde el cine, la televisión o las revistas de moda se nos propone un patrón muy limitado deaquello a lo que debemos aspirar: ser guapas, delgadas y eternamente jóvenes. ¿Quién se ha inventado ese sueño? Yo quiero envejecer, estar contenta con mis arrugas y tener referentes como Rosa María Calaf ”, concluye.
"Vengo de una generación que ha peleado mucho y hemos logrado cosas, pero tenemos que seguir porque, todavía, el mundo es de los hombres"
Isabel Muñoz
Discursos tan heterogéneos muestran que la perspectiva de género se puede aplicar desde cualquier lugar. Incluido, como proclama la cineasta Erika Lust, el porno, una industria que ocupa una tercera parte de todo el tráfco de Internet. “Hoy en día es la principal fuente de educación sexual, especialmente para los jóvenes, pero, como sucede con tantas cosas, está creada por hombres y en manos de hombres. En realidad, de un tipo muy concreto de hombre: blanco, heterosexual, de mediana edad y con una imagen muy reducida de lo que se considera sexy. Yo quiero mostrar otra visión. Nosotras tenemos que formar parte del discurso de la pornografía para contar nuestras historias y que no esté todo enfocado en el placer de ellos”, refexiona en un momento en el que el discurso tiene más que ver con el empoderamiento individual que con una reivindicación colectiva, esencia per se de todo movimiento social. Capear el conflicto sobre si una se declara o no feminista es solo parte del asunto (la propia Simone de Beauvoir no lo hizo abiertamente hasta 1972). Además, se exige posicionarse sobre qué tipo de feminista se es. El que se encuentre libre del pecado de la contradicción, que tire la primera piedra. “Me interesa el concepto de malas feministas. En ocasiones nos ha parecido que había que cumplir con un decálogo de reglas muy estrictas y que cada vez que incumplías una, resultabas menos coherente que una verdadera feminista. Pero somos humanas, y hay que asumir con honestidad las complejidades por una cuestión práctica y, sobre todo, por una razón importante: ser feliz. Puedes tener claro que eres más que tu cuerpo, que tu autoestima se base en tus capacidades y, aún así, pintarte los labios de rojo”, dice Rita Maestre. Una refexión similar desarrolla Roxane Gay, el nuevo adalid estadounidense del género, en su libro Mala feminista (Ed. Capitán Swing), una tabla de salvación a la que agarrarse en casos de zozobra.
“Este nunca ha sido un movimiento unificado, pero la estrechez de mente actual resulta preocupante. Me perturba que la gente se atrinchere en un lugar donde las peleas dentro del feminismo priman sobre las que son a favor del feminismo”, escribía recientemente Suzanne Moore en The Guardian, defendiendo a Beyoncé de airados ataques puristas. “El mainstream es importante”, salía recientemente al rescate la francesa Virginie Despentes, exprostituta, directora de la película Fóllame, autora de Teoría King Kong (Ed. UHF) y nada sospechosa de simpatizar con discursos descafeinados. “Visibiliza el feminismo, que ya ha cambiado el mundo occidental. Lentamente, pero ahí está” añade. Jessica Valenti, responsable en The Guardian de la columna sobre asuntos de género La semana en el patriarcado, realiza también la serie de podcasts Qué haría una feminista en la que, a golpe de brillante tertulia, alivia la angustia existencial de quien abraza el feminismo pero se inyecta bótox o siente inclinación por los vestidos rosas y cursis. Ante todo, sororidad. “No existe el feminismo bueno o malo, pero al heteropatriarcado le viene muy bien que estemos enfrentadas entre nosotras”, protesta la dibujante Anastasia Bengoechea, alias Monstruo Espagueti. “Es bueno que existan diferentes voces y nos apoyemos entre nosotras. Si no, ¿quién va a hacerlo? Algunas mujeres se rebelan porque no quieren vestir como Barbie, pero otras desean ser como ella y lo hacen desde el empoderamiento. Hay que ser consciente de lo que nos pasa, lo que nos oprime y darle la vuelta para usarlo en nuestro favor. Si quieres quitarte el tacón, quítatelo; si preferes llevarlo y convertirlo en un gesto de autoafrmación y libertad, hazlo. No existe una única verdad acerca de casi nada”, sentencia la artista Roberta Marrero.
Mientras, la fotógrafa Isabel Muñoz, que ha recorrido el planeta con su cámara al hombro mirando el alma de las mujeres, añade: “Es maravilloso que se agiten las cosas y que haya movimientos en diferentes ámbitos, que lo haga cada una a su manera. Tengo una fe enorme en la fuerza de las pequeñas aportaciones y creo frmemente en la lucha de la mujer. Vengo de una generación que ha peleado mucho y hemos logrado cosas, pero tenemos que seguir porque, todavía, el mundo es de los hombres”. Bien lo sabía aquella tía de Jack Kerouac.
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