Es difícil adentrarse en el mundo interior de una mujer si no eres una de ellas. No solo por nuestra facilidad para complicar lo cotidiano y hacerte dudar hasta de tu propia existencia si es preciso. Sino también porque forma parte de nuestra naturaleza compartir nuestros miedos e inquietudes con otra de nosotras porque sabemos que escuchará como si le fuese la vida en ello. ¿Qué señora en su sano juicio hubiese llamado al Consultorio de Elena Francis a desahogarse sobre las flaquezas de su matrimonio si hubiese sabido que el que la consolaba era, en realidad, un hombre? Ninguna, y los productores lo sabían cuando escogieron a María Garriga o Rosario Caballé como locutoras del programa que arrasó entre el público femenino entre los años 1947 y 1984.

giphyView full post on Giphy

Por eso no es de extrañar que varios escritores hayan confesado que utilizan iniciales o incluso nombres femeninos para firmar sus novelas cuando estas van dirigidas a mujeres y asegurar así su éxito. De hecho, aseguran que las mujeres confían más en ellas si piensan que han sido escritas por otra mujer. Una afirmación respaldada por la estadística, ya que una encuesta hecha a 40.000 hombres y mujeres a través de la web de lectura Goodreads encontró que 46 de los 50 libros más leídos entre las mujeres fueron escritos, precisamente, por mujeres.

Por ejemplo, Sean Thomas utilizó el seudónimo SK Tremayne para publicar su libro Hermanas de Hielo, porque, como explicaba a The Spectator, "si fuera un hombre, lo mismo la gente creería que no podía saber como piensa una madre. La literatura de ficción se está convirtiendo en un mundo muy femenino".

De la misma manera, Tony Strong también dice que debió parte del éxito de su libro La chica de antes al nombre de JP Delaney, ya que le permitió dar voz con total libertad a las dos mujeres que narraban la historia. Del mismo modo, el autor de Las últimas supervivientes, Todd Ritter, reconoció a The Wall Street Journal que escogió el pseudónimo "Riley Sager" de una lista de nombres de género neutro en Google.

Sin embargo, no solo ellos han tenido que disfrazar su sexo para dar a conocer sus obras. También las mujeres han tenido que utilizar pseudónimos en sus trabajos para escapar con éxito del machismo. Sin ir más lejos, la mismísima J.K Rowling se escondió bajo el nombre de Robert Galbraith al publicar una novela tras el éxito de Harry Potter. Según ella, para quitarse la presión. O Mary Anne Evans, que firmaba sus libros como George Eliot para que sus historias fueran tomadas en serio.