Zoolander Nº2 es a cualquier mitómano lo que los doce trabajos a Hércules. Una titánica prueba de fuego para identificar, sin hiperventilar o perder el hilo de la película, el mayor número de rostros conocidos posible. Y, déjenme avanzarles, muchos necesitarán un segundo visionado. Además, hay que ser muy muy ridículamente digital para cazar los cameos de fugaces estrellas posmodernas como The Fat Jewish o el astrofísico Neil deGrasse Tyson. ¿Quién es este último? Googleen su nombre y el término meme. ¿Ya les suena?

La cinta comienza con una persecución que pasará a los anales de la historia del cine, aunque no necesariamente por su calidad interpretativa: una balacera alcanza a Justin Bieber mientras intenta huir encaramándose a la verja de la casa de Sting (que, por supuesto, aparecerá más adelante). Y, a partir de ahí, el número de famosos va en aumento como una sinfonía de Schubert: Ariana Grande, Katy Perry, Susan Boyle, Kate Moss, Marc Jacobs, Alexander Wang, Valentino o Vera Wang avalan lo mucho que la industria del espectáculo aprueba el universo paralelo inaugurado hace tres lustros por Derek Zoolander. A Ben Stiller solo le ha faltado la presencia de Karl Lagerfeld (y, quizá, su gata Choupette) para marcarse un completo del club Bildeberg de la moda.

Cuando Zoolander se estrenó en 2001, las críticas que recibió fueron brutales y demoledoras.¿En serio esa suerte de parodia de la moda podría tomarse en serio? Y, sin embargo, resultó en cierto modo premonitoria. Quince años después millones de humanos han replicado (conscientes o no) su emblemática mirada Acero Azul en los selfies que, convenientemente etiquetados, inundan las redes sociales. Derek Zoolander (y Hansel, so hot back then) eran los modelos más ridículamente guapos de una era en la que la fiebre por Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, Slack todavía no había sacudido nuestros cimientos culturales y temporales.

Efectivamente, al protagonista lo convencen para volver a desfilar quince años después de desaparecer de la faz de la tierra. Este arranque permite a Ben Stiller mofarse de la fugacidad de la fama. ¿Quién demonios es Derek Zoolander? No solo se lo preguntan los personajes del filme, quizá también una buena recua de despistados espectadores posmilénicos. Al modelo que recorrió todas las pasarelas del cambio de siglo lo ha desbancado All, un ser andrógino y místico interpretado por Benedict Cumberbatch que bien podría remitir al fulgor efímero de Léa T. o Andreja Pejic. Y que ha sido acusado de transfóbico por varias comunidades LGBT.

La frescura de la secuela de Zoolander -chapuzones de Penélope Cruz, interpretando a la exmodelo de ropa interior llamada Valentina Valencia, aparte- reside precisamente en que es una película paródica, sin ninguna aspiración de convencer a la crítica o verse aupada por sus alabanzas. En resumen: Ben Stiller no parece sentirse presionado por todas las expectativas que ha ido acumulando con los años. ¿Le interesa reírse un rato? Bien. ¿No le apetece? Bien también. Si usted va al cine esperando un sesudo análisis de la sociedad actual y el rol de los modelos en ella, cambie de sala y vea La Juventud de Paolo Sorrentino. Está claro que no ha entendido nada sobre Derek Zoolander.

La alfombra roja de Zoolander Nº2 en Madrid