Cookie Lyon

Lee Daniels no ha tenido problema en reconocer que su Cookie Lyon está inspirada en Alexis Carrington. Si lo hubiera negado, ya estaríamos para recordárselo porque canta más que el R&B de Empire. La Fox compró un culebrón cuando los culebrones llevaban tiempo muertos en televisión. Pero nunca subestimes el poder de Dinastía: sus hombreras, los cardados y el rollito petróleo estarán pasados de moda, pero la atracción por el género sigue intacta.

Cambias blancos republicanos por una familia problemática negra y le das el papel de Joan Collins a Taraji P. Henson y tienes el pelotazo de la temporada. La audiencia no encontraba techo. Capítulo a capítulo. Semana a semana. Como lo de Bertín aquí, pero más guay.

Cookie Lyon ha sido el per-so-na-ja-zo del año: una tipa deslenguada, encarcelada mientras su familia se montaba un bisnes a costa de su idea. Se acaban los barrotes y Cookie viene a pedir lo suyo: dónde están mis hijos y qué has hecho después de que me sacrificara por ti, le podría haber dicho a su marido, jefazo de una discográfica.

La Lyon no es refinada ni elegante ni manipula con una sonrisa fría como Amanda Woodward: uno sabe cuándo Cookie entra en escena. Ya se encargan de que lo notes ella y sus looks de leopardo imposibles y los sombreros que le dejan sólo un ojo de malvada a la vista. Y si no has sonreído de satisfacción al verla irrumpir en una reunión donde se parte el bacalao de la empresa para un año, ya gritará ella o lanzará un zapato o te dirá que eres un malnacido. Pero conseguirá lo que quiere. Y tú quieres más de ella. Tiene un plus: ma-ta por sus hijos. Es una pantera entre Alexis y Belén Esteban.

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Amanda Woodward

Aaron Spelling y Darren Star se creyeron que podían remedar el éxito de Sensación de vivir pero con tipos independizados. Mismo pijerío angelino, pero más adulto. Aquello, en bondad, parecía Autopista hacia el cielo. Los índices de audiencia, nivel gala Murcia qué hermosa eres. Si quieres un culebrón, necesitas un malo. Heather Locklear llegó en la segunda temporada y sigue siendo, tantos años después, epítome de la bitch.

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Como se curtió en Dinastía, puede que aprendiera de la gran Alexis Carrington, pero su Amanda molaba todavía más: era rubísima (¿tontas las rubias? ¡JA!), fuerte, ambiciosa, jefaza no sólo en su curro de publicista sino la reina del cotarro de los apartamentos. No una presidenta de la comunidad: pro-pie-ta-ria de aquel complejo con piscina. Movía las llaves y tenía cola de vecinos macizos en la puerta. Se los fue tirando uno a uno.

Vengó a toda mujer que se hubiera sentido 'klinnex' alguna vez (ya van dos ajusticiamientos junto al de las rubias), paseó los mejores trajes de chaqueta post-yupismo de la tele y, por supuesto, los ratings subieron nivel estratosfera. Se mantuvo durante más de 200 capítulos cerrando el reparto en la intro bajo el epígrafe de ‘guest starring’, que no era sino un capricho o muestra de poderío. O chulería porque durante años podía decir: me llamásteis como estrella invitada y, queridos Darren y Aaron, sin mí no sois nada. Eso es ser una estrella. A secas. ¿Kimberly Shaw? Una loca satélite, al servicio, como todos, de Amanda Woodward.

Alexis Carrington

Mucho antes que Heather Lockear en Melrose Place, Joan Collins fue fichada como malísima para remontar una serie. El veneno de Dinastía fue en realidad la primera gran bitch, la madre de todas las pérfidas, la que logró responder como divaza absoluta al JR de Dallas: fue su espejo femenino.

Que fuera british fue un plus para Collins. Su Alexis fue la antagonista superlativa de la Kristel de Linda Evans. Aunque eran amigas íntimas en la vida real, fue mítica su pelea de gatas en la serie. En Dinastía uno no podía dudar: o eras de Alexis o de Kristel. Y muerte a los traidores.

Alexis tenía más apellidos que un miembro de la realeza. Acumulaba maridos porque no hacía más que enviudar. Por tener, tenía hasta toyboys ¡Madonna a su lado es una amateur! Ella era toda una earlyadopter no sólo por los yogurines que desfilaban por su cama: Collins llevaba peluca en Dinastía. Tres décadas antes que Alicia Florrick en The Good Wife, la Carrington ya se las ponía con poderío.

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Angela Channing

Jane Wyman ya tenía su vida y su carrera hecha (había estado casada con Ronald Reagan y había ganado un Oscar) cuando la llamaron para que dijera algo sobre esos dos fenómenos ochenteros que eran Dallas y Dinastía. No iba a ser la ex de nadie, ya tenía esa señora una edad y un estatus para andar de secundona y entró de protagonista. Dame un buen sillón de mimbre a lo Emmanuelle, colócame a los pupilos a los que les haré sudar vino de mis tierras, dispara la foto promocional y yo haré el resto como matriarca, pudo decirles a los productores. Era mala como un dolor de muelas en un vuelo trasatlántico. Angela sabía lo mismo por vieja que por zorra.

Falcon Crest era un burdel de intrigas e inquinas que maduraba como la uva al aire libre bajo el sol californiano. Y Angela Channing, la gobernanta implacable e irreductible de aquel bendito caos entre panolis que fueron envileciéndose conforme los puteaba.

Si en Melrose Place el reparto al completo acabó suplicando convertirse en villano para seguir en la serie, Falcon Crest abrió la senda. Hasta la pacata Maggie tuvo sus tramitas como revirada. Nada que ver con Angela, que no tenía un gato blanco como el jefe de Espectre que acariciar, pero tú veías que llamaba a Chao Li (en España siempre lo llamamos Chulín) y ya salivabas a lo Pavlov de culebrón: madre mía, madre mía, yo correría a cobijarme bajo la parra más segura. Porque la Channing no perdonaba. Jamás.

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Diana

Jane Badler lleva más de treinta años explicando en las entrevistas por qué comía ratas con la mandíbula descoyuntada como si fuera una pitón. Y, claro, está harta, pero nena ese es el precio de protagonizar un momento icónico en la historia de la televisión. Era la mala oficial de V, serie modernísima y transgresora para la época (además de un filón para la revista Teleindiscreta) que ha envejecido fatal, algo lógico y necesario para que podamos volver a ella con regusto trash.

Badler era Diana, ama cardada de los alienígenas lagarto (pregunten al guionista triposo) que venían a cargarse la humanidad entera en sus ovnis grandes como estadios de fútbol. Ella, sí, engullía roedores y, si eras niño, te cagabas de miedo sólo con verla en la pantalla. Su colega de maldades era Lydia, una rubia con el mismo look de Eva Nasarre galáctica y cara de cazar liebres a manotazos.

Diana (leer siempre Daiana) estaba hasta en tus chicles, que te sacabas de la boca estirados y los volvías a mascar igual que ella hacía con el bicho. Luego ya mirabas la pegatina de regalo. De adulto, repasando las bitches, te das cuenta de lo grande que era esa mujer por algo más: no tenía apellido. Era simplemente Diana. No necesitaba más.

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Georgina Spacks

La súper bitch del Upper East Side, la amiga pródiga de Selena, ex adicta a la cocaína, retorcida, vil y lagarta. Georgina es la auténtica villana de Gossip Girl, a su lado Blair Waldorf es tan solo una leona defendiendo a sus cachorritos de la clase más alta y podrida de Manhattan.

La pusilánime y pasivo agresiva de Selena, la mosquita muerta de la serie, se pasa los capítulos lloriqueando y recurriendo al ‘comodín de la llamada’ (aka Dan Humphrey). Y Queen Bee va de mala, pero tiene el corazón de azúcar y su química con Chuck Bass es al final el verdadero pulso de Gossip Girl. Aquí la mala-malísima es Georgie,quevive desde la soledad el placer de torturar a los hipócritas del lado este de la Gran Manzana.

La actriz, Michelle Trachtenberg, ya había sido la hermana de Buffy Cazavampiros. A Georgina sólo le falta sacar dos estacas y empezar a repartir guantazos en plena Quinta Avenida. Pero no, G. prefiere mirarte con cara de asco supino, mientras maquina cómo destrozarte la vida: “Voy a emborracharme lo suficiente como para que me parezcáis interesantes”.

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Gemma Teller

La madre de Jax es más mala que la quina. Pero mala, mala, mala como un demonio ceñido en un top de cuero negro. El creador de Sons of Anarchy, Kurt Sutter, se inspiró sin complejos en Shakespeare para esta serie sobre un grupo de moteros de California, parias de cualquier ley y leales a su hipertestosterónico concepto de familia.

Gemma es la matriarca del cotarro, la Lady Macbeth de este culebrón sobre ruedas, adictivo y desesperante. Ella mata y por ella matan, mucho, hasta perder el control. La actriz, Katey Sagal (casada en la vida real con Sutter), deja que veamos la bilis de Gemma en cada mueca de su boca retorcida. Y aunque la serie es irregular, consigue que un buen puñado de fans se lo perdonemos todo, que lleguemos hasta el final, hasta su justicia poética y lloremos por todos menos por Gemma.

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Victoria Grayson

La mala pluscuamperfecta, la que te la mete doblada mientras te sonríe con su quinta copa de Bollinger en la mano.La villana de Revenge también bebe de Alexis Carrington y Angela Channing, pero su campo de minas son Los Hamptons. Desde su mansión en ese lugar marciano en el que los millonarios tienen casas en la playa para no bañarse ni tomar el sol (¡Qué vulgaridad!), Victoria mata moscas por control remoto, embutida en un bandage de Herve Leger.

Madeline Stowe tiene la cara dulce como un maracon de fresa, pero consigue una mala-malísima clásica y eficaz como unos salones negros de ocho centímetros. Mírame, te dice, cada vez que veas mi sonrisa, recuerda lo mucho que te detesto.

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Claire Underwood

La malísima de House Of Cards. Una bitch que consigue llegar a la Casa Blanca es la reina de las bitches. La primera dama en el reino de las villanas. Y no necesita melena.

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