Cuando la serie televisiva Las chicas Gilmore terminó su emisión en Estados Unidos en 2007, la vida de sus protagonistas era una envidiable página en blanco. Lorelai, la madre, por fin regentaba su pequeño hotel y se entregaba a la pasión de su inevitable romance con Luke. Rory, la hija, tras esquivar el nepotismo editorial de la familia Huntzberger (claramente inspirada en los Sulzbergers de The New York Times), se acercaba por méritos propios a su sueño periodístico con una primera pasantía informando sobre la campaña presidencial del, por aquel entonces, congresista Barack Obama (la profecía autocumplida le permitió, en 2016, conversar con Michelle Obama en la Casa Blanca). Las puertas del futuro en Stars Hollow quedaban abiertas, pero lo suficientemente cerradas como para que cada quien se imaginase la vida Gilmore a su manera.

Rellenos de ácido hialurónico, peluquines y capas de maquillaje aparte, no solo el tiempo ha hecho mella en el elenco. Esta suerte de octava temporada resulta más madura, oscura y compleja que la serie original. La marabunta de espectadores adolescentes que acompañaba a Rory en el descubrimiento del amor (y su frugal pérdida de la virginidad), ahora más próximos a la treintena, dilucidan con qué ex-amante quiere seguir deshaciendo las sábanas mientras se lamenta sobre su otrora prometedor futuro laboral en unos tiempos en que el impreso es un medio en extinción.

Esta madurez del guion se corona con la crisis vital de Lorelai tras la muerte de su padre, Richard Gilmore (el actor que le daba vida, Edward Herrmann, falleció hace dos años y esta minitemporada sirve, en parte, como homenaje póstumo). La siempre vivaracha madre soltera decide solucionarlo descubriéndose a sí misma. Para ello, nada mejor que emular la travesía iniciática de Cheryl Strayed en el sendero del Macizo del Pacífico (llevada al cine por Reese Witherspoon en Alma Salvaje). Sus popculturizadas conexiones neuronales siguen estando ahí, pero ya no huyen de un matrimonio o un romance que la obligen a sentar la cabeza, sino del miedo a no haber encontrado el sentido último de la vida.

El annus horribilis en que el Reino Unido votó por el Brexit, Colombia negó en un plebiscito la paz con las FARC, falleció Fidel Castro y Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos (tranquilícense, en esta ocasión Rory no viajaba con él), también ha hecho mella en los habitantes de Stars Hollow. El poema estacional ha desaparecido de su emblemático periódico The Stars Hollow Gazette (el diario mismo está ). La creativa e irrisoria cantidad y ferias y festivales pergeñados por Taylor Doose en la década pasada han visto mermado su protagonismo de manera significante. Luke tiene wifi en su cafetería. El nuevo punto de encuentro del pueblo es ¿la piscina?. Emily Gilmore sale a la calle en zapatillas. Y los parroquianos ya no son sarcásticos y contestatarios en las reuniones comunales. Muy al contrario, permiten, complacidos, que el respetable se adormile durante una eternidad ante una propuesta musical sin pies ni cabeza que, además, no aporta nada a la trama. O sí. Al fin y al cabo, si algo hemos aprendido de 2016 es que nada resulta como creíamos. Incluso para las chicas Gilmore.