“Se calcula que cien mil personas al año van a vivir a Los Ángeles para hacer carrera en la industria del espectáculo. Llegan de todas partes de Estados Unidos, de todas partes del mundo. En sus lugares natales son estrellas, son inteligentes o divertidos o talentosos o guapos. Al llegar allí se suman a los cien mil que llegaron el año anterior y esperan a los cien mil que llegarán el siguiente, el siguiente, el siguiente, el siguiente. Ellen. Cantante. Camarera. Llegó a los dieciocho, ahora tiene veintiuno. Jamie. Actriz. Lleva disfraz de ratón. Se mudó a los veintiocho, ahora tiene treinta y ocho. John. Sarah. Stephanie. Lindsay. Bianca…”. Una mañana radiante, James Frey.

En 1992 Sharon Stone era únicamente otra actriz del montón, tenía treinta y cuatro años, una melena rubia bien teñida, un impresionable físico que le garantizaba un dudoso amasijo de películas de bajo presupuesto que no había visto nadie, y un curioso papel en aquel divertido blockbuster de acción con Arnold Schwarzenegger, Desafío total. Pero Sharon no era nadie. O nadie fue hasta que ese director holandés de poca monta, que prendado de ella se había quedado desde ese taquillazo de hacia dos años, se plantó en las oficinas de Sony al grito de: “Soy Paul Verhoeven y quiero a Sharon Stone en mi película”. El resto es historia.

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Sharon a punto estaba de abandonar sus sueños como actriz después de llevar más de una década intentando sobrevivir en una jungla que acababa de apartar de un manotazo a unas Demi Moore, Kim Basinger y Michelle Pfeiffer, cuando se negaron a pasearse desnudas a golpe de bisexualidades varias en pantalla grande. Pero Sharon ya no tenía nada que perder y aquella universidad que la esperaba con matrícula abierta en Derecho ese mismo otoño jamás la llegaría a pisar.

En el Hollywood de 1992 la única realidad es que después de los más de 350 millones de dólares recaudados alrededor del mundo por Instinto Básico prácticamente todas desfilaron por las carteleras con títulos tan poco sutiles como Acoso, Lobo, Showgirls o, directamente y sin rodeos: Extremadamente peligrosa. Sólo una de ellas se iba a quedar atrás, la propia Sharon Stone. Mientras Michelle Pfeiffer cobraba tres millones por Batman vuelve frente a los diez de Michael Keaton, Stone daba la espalda a la industria. “Tras Instinto básico no me querían porque pedía igualdad. Recuerdo estar sentada en mi cocina, con mi representante, llorando y diciendo que no volvería a trabajar hasta que me pagaran lo que era justo”, declaraba a la revista estadounidense People en 2015.

Instinto básico fue la cuarta película más taquillera de 1992 en Estados Unidos y la que más dinero amasó en toda la historia de España desde que se inventó el cinematógrafo, dejando bien claro lo necesitada que estaba. A la vez que Sharon Stone pasaría a liderar, durante los últimos bandazos del siglo XX, una moda pasajera del cine ligero de cascos. Un cine que se dio cuenta un poco tarde, gracias al boom de los canales de pago, de que aquello de la pornografía vendía. Y que explotó todo lo que pudo en ese regalo del cielo que fue el sexy thriller, que no venía a ser otra cosa que cine erótico disfrazado con unos cuantos asesinatos de por medio.

Catherine Trammell absorbió de forma enfermiza, pero rentable, a una Sharon Stone que optaría por abandonar a buen recaudo su ropa interior en un cubo de basura reciclable para convertirse así en un sex symbol con fecha de caducidad, pues según el éxito del sexy thriller como género de la vida llegaba a su fin, Sharon desaparecería. "Me gusta el sexo", repite varias veces en el vídeo de su casting, y desde ese momento ese sería el principal eslogan de su paseo por la cima de la montaña.

Su perfil en IMDb rebosa de películas inexistentes y su mayor blockbuster en 20 años es como estrella invitada de Hay una cosa que te quiero decir, en Telecinco, en 2012, pero todo el mundo sigue sabiendo quién es. De su aparición en 2010, en varios capítulos de la pesada Ley y Orden: Unidad de víctimas especiales, terminaría declarando a la edición estadounidense de Harper’s Bazaar: “¿Qué he hecho para merecerlo? Era humillante. Yo, que había trabajado con lo mejor de la industria, me decía: ‘Vaya, de verdad que estoy al final de la cola’. Llevaba unas medias baratas y una espantosa base de maquillaje blancuzca. No paraba de pensar: ‘Esto es horrible’”.

En este vídeo rescatado de su casting para Instinto básico no vemos por ninguna parte a una mujer que a punto está de abandonar su sueño de triunfar como actriz, como tantas y tantas que terminan por abandonar, sino a la perturbadoramente sexy Sharon Stone, que a punto estaba de rozar el cielo con las manos con una película que era un salto al vacío y sin paracaídas. Superviviente de aneurisma, del último gran star system de Hollywood, y de la vida en general, sigue siendo aquella chica que llegó a Los Ángeles desde su pueblo de Pennsylvania con una maleta cargada con ganas de pelear. Y eso siempre vale más que todo lo demás. O sino, ya lo recuerda ella a través de su cuenta en Instagram.