Mucho hemos reflexionado sobre los 30. Década prodigiosa para muchos; crisis de identidad para otros. Nos dicen que crecer es madurar. Empezar a saber qué es lo que realmente quieres. Enfrentarte a los grandes retos de la vida. Dejar atrás la impulsividad y las dudas propias de la primera juventud. Aprender a conciliar bienestar personal, trabajo, familia y vida social. Sin embargo, muchos llegan a los 30 -y a los 40- sin que los límites entre estos conceptos terminen de quedar perfectamente engarzados.

Innegable es el mayor peso específico que el trabajo, el amor o la familia adquieren en estos nuevos años de madurez. Pero también los amigos, los nuevos o los que nos han acompañado durante aquellos maravillosos 20 y ahora adquieren un nuevo papel, se convierten en indicador personal de dónde nos encontramos y hacia dónde queremos ir. Y es que es también a los treinta cuando la amistad atraviesa su auténtico punto de inflexión: muchos se bajarán del tren y los que se queden, seguramente lo hagan para siempre.

Somos más celosos de nuestra libertad individual, aguantamos menos los vaivenes del amor y el ocio o el bienestar se han convertido en fines irrenunciables

Elevado concepto, éste de la amistad, que en los nuevos tiempos de digitalización de la vida social y primacía absoluta del individuo, parece vivir su mayor apogeo. Todos los psicólogos coinciden: hoy somos más celosos de nuestra libertad individual, aguantamos mucho menos los vaivenes del amor y conceptos como el ocio o el bienestar material se han convertido en fines irrenunciables. Una individualidad que se hace si cabe más patente en la madurez y que, sin embargo, ha situado la figura del amigo -más allá de los treinta- en un relevante lugar de nuestra escala de prioridades.

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, ocho de cada diez menores de 30 años aún viven en casa de sus padres. Además, la edad media para contraer matrimonio supera para ellas los 32 años y alcanza en los hombres los 36. Si a estos datos sumamos la creciente inseguridad económica o social, resulta una mistura perfecta de factores que alargan la juventud mucho más allá de la temida treintena. Y con ella, pervive hoy un amigo que hace unas décadas rara vez sobrevivía a la casa nueva y el altar.

Las cargas familiares, la rutina laboral y también la pereza o cierto distanciamiento vital ya solo dejan hueco para furtivas charletas de fin de semana

Sin embargo, poco tiene que ver este nuevo concepto de amistad con el de aquellos frenéticos años de universidad en que los amigos parecían aliados definitivos; con los colegas de aquel primer trabajo o los amigos del colegio por los que hubieras dado la vida y que ya solo ves en eventos y fiestas de guardar. Han pasado los años y muchos han cambiado de ciudad, otros se han casado y casi todos tienen nuevos problemas en los que pensar. En el mejor de los casos, las respectivas cargas familiares, la rutina laboral y -seamos realistas- también la pereza y cierto distanciamiento vital, ya solo dejan hueco para furtivas charletas de fin de semana en las que profundizar en los sentimientos se convierte en forzosa tarea e, incluso, tabú social. Porque la amistad a los treinta es, por encima de todo, desahogo. Un ameno paréntesis para la pareja, el trabajo o la vida familiar.

El círculo de amigos con los que mantenemos relación habitual se ha visto inexorablemente mermado por simple dejadez o por propia coherencia y afinidad

Así, nos plantamos en los 30 como sin darnos a penas cuenta. Y el círculo de amigos con los que mantenemos relación habitual se ha visto inexorablemente mermado. Por simple dejadez o por propia coherencia y afinidad. Pero en muchas ocasiones también debido a factores que no podemos o no sabemos controlar: la falta de tiempo, la posición socioeconómica o situación familiar, la proximidad geográfica o la predisposición de las respectivas parejas -si las hubiere- consiguen dar al traste o lugar a nuestras mejores relaciones de amistad.

Nacen así nuevas figuras que, a razón de tus aficiones y valores vitales, vienen a ocupar ese lugar: las chicas de la oficina, el grupito de fin de semana con el que salir a ligar, la gente de crossfit o los otros papás y mamás. Fórmulas quizá menos profusas que las adolescentes pero sin duda más pragmáticas y funcionales. Y que conviven, eso sí, con una quedada de la universidad; una llamada habitual con esa mejor amiga que hace meses que no ves o la cena mensual con tu grupo de toda la vida.

Las redes sociales y el nuevo contexto digital van modificando rápida y progresivamente el propio concepto de amistad

Una amalgama de nuevos afectos aún por forjar y de otros antiguos que nos negamos a perder en la nueva treintena. Y todo ello mientras las redes sociales y el nuevo contexto digital van modificando rápida y progresivamente el propio concepto de amistad. Algo que la RAE define como afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Una definición seguro certera pero que Whatsapp, Facebook o Instagram han alterado hasta su completa transformación.