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Audrey Hepburn o el eterno encanto

El 20 de enero de 1993 nos dejó la actriz más elegante de todos los tiempos. Repasamos su vida a lo largo de 50 imágenes icónicas.

Por Vicente Benavent
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Audrey Hepburn

Con apenas una treintena de películas, Audrey Hepburn consiguió crear a su alrededor un aura distinguida, como de princesa de cuento hadas; algo para lo que se valió de su cuerpo delgado y su porte de bailarina. Con una sonrisa agradable y una mirada cálida consiguió redondear el mensaje y forjó la leyenda alimentándola con cada uno de los papeles que eligió. La moda le tendió la mano y ella supo aprovechar el capote, con Hubert de Givenchy como amigo, costurero y confesor. Pero fue en el último tramo de su vida, cuando ejerció como Embajadora de Buena Voluntad para Unicef, cuando realmente mostró su talante: solidario y afectuoso.

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Una de las primeras imágenes de Audrey Hepburn como actriz, descansando sobre le césped del Richmond Park de Londres (1950). © Getty Images

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Posando en los Kew Gardens de Londres, en mayo de 1950. © Getty Images

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Audrey Hepburn, de familia belga, nació en Inglaterra pero creció en Holanda. Su madre –aristócrata– y su padre –todo un dandi– tuvieron a bien instalarse en los Países Bajos ante la amenaza de la Segunda Guerra Mundial, pero el territorio holandés pronto cayó en manos nazis y la pequeña Audrey pasó a llamarse Edda Van Heemstra, para evitar levantar sospechas con un nombre británico y por ende aliado.

Como la mayoría de niños de la época y de la zona sufrió una severa malnutrición pues los alimentos eran escasos, cuando eran (porque al menos eso significaba que algo había). Sobrevivieron a base de harina de bulbos de tulipán y hierba cocida; el capítulo más amargo de su vida que sin embargo dejo una seria mella en su carácter, además de una anemia y algunas complicaciones respiratorias que acarreó el resto de su vida.

Una imagen de la actriz Audrey Hepburn. © Getty Images

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En el pueblo holandés de Arhem, Audrey Hepburn estuvo del lado de la resistencia ayudando a recaudar fondos con representaciones de ballet; también hizo de mensajera en varias ocasiones, algo que solían hacer los chavales solícitos a ayudar a las tropas aliadas hasta que por fin llegó la comida. La UNRA –la semilla de Unicef– entró con un cargamento de víveres para la población. Aquel capítulo quedó gravado a fuego en la memoria de la actriz y sentó las bases de su verdadera empatía y del sentido del deber con los más desfavorecidos.

Un retrato de la actriz, alrededor de 1955. © Getty Images

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La familia de Audrey Hepburn decidió pasar los días de la posguerra en Londres, donde la chica consiguió un beca para cursar clases de danza en la escuela de Marie Rambert, una prestigiosa bailarina formada al lado de Vaslav Nijinsky. Audrey estaba aprendiendo de los mejores, iba a clases con la plana mayor del ballet, y aunque se esforzaba por perfeccionar algo que se le daba muy bien no tardó en enfrentarse a la dura realidad: era demasiado alta y demasiado mayor como para seguir bailando.

Una de las primeras fotos publicitarias de Audrey Hepburn como actriz de la Paramount. © Getty Images

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Audrey Hepburn desoyó los infortunios profesionales y siguió trabajando, esta vez en busca de nuevas oportunidades. No tardaron en aparecer los papeles fútiles, secundarios, en películas sin importancia. Pero ella no cejó. Y fue un día a la salida del rodaje de Montecarlo Baby cuando su suerte cambió. La escritora francesa Colette la observó en silencio desde una esquina mientras actuaba, y lo tuvo claro: aquella chica de ojos enormes y cuerpo de cervatillo iba a encarnar a Gigi, su obra de teatro con inminente estreno en Broadway. Y allá que se fue Audrey, con seis semanas de ensayos, decidida a comerse las tablas. Como el César: veni, vidi, vici.

William Wyler la vio en escena y no pudo dejar escapar lo que se antojaba todo un filón interpretativo. Audrey Hepburn iba a estar en su próximo trabajo cinematográfico: Vacaciones en Roma.

Posando con una paloma sobre su hombro. © Getty Images

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Una imagen de la actriz a mediados de los 50. © Getty Images

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Y llegó Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953).

El galán más guapo de todos los tiempos, aka Gregory Peck, cayó rendido ante sus encantos y ambos actores se juraron amistad eterna; una relación que duró hasta el fin de los días. El propio Gregory Peck fue quien llamó a sus agentes y a la productora para pedir que el nombre de Audrey Hepburn apareciera antes que los créditos de la película; Peck había quedado fascinado por la interpretación de su compañera y merecía un lugar destacado en la cinta.

El cartel de la película Vacaciones en Roma. © Getty Images

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En un tiempo donde el canon de chica hollywoodiense era rubia, bobalicona y voluptuosa, aquella figura delgada, divertida y delicada no tenía ninguna papeleta para triunfar. En cambio Audrey Hepburn dio al traste con la carnalidad desbordante de actrices como Jayne Mansfiel o Marilyn Monroe.

Y no solo eso, la actriz encontró su gran baza: los papeles en los que abandonaba la crisálida y se convertía en una preciosa mariposa. Porque en la piel de la princesa Ana de Vacaciones en Roma convenció a propios y a extraños, y aquello le valió el pase directo al trono de la comedia romántica; un género que fue suyo hasta que abandonó el cine.

Un fotograma de Vacaciones en Roma. © Getty Images

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Pero su compañero de reparto no solo le facilitó una brillante interpretación –que le valió una nominación al Oscar– sino que fue él quien le presentó a Mel Ferrer, el que sería su primer marido.

Con Gregory Peck, su compañero en Vacaciones en Roma. © Getty Images

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La nominación al Oscar como Mejor Actriz por su papel en Vacaciones en Roma terminó bien (para muestra un botón). Aquello fue el verdadero pistoletazo de salida.

La noche en que fue premiada con el Oscar. © Getty Images

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Y volvió a Broadway (donde todo arrancó con Gigi), pero esta vez mucho mejor acompañada. Iba a representar Ondine y su partenaire iba a ser Mel Ferrer. Da igual que la crítica no fuera demasiado halagüeña; estaban enamorados y la química entre ambos estallaba en escena.

La obra de teatro estaba en cartel cuando le concedieron el Oscar y –retranca o no– también consiguió el Tony por su interpretación en Ondine.

El veinticinco de septiembre de 1954 ambos se casaron en Bürgenstock (Suiza).

En la imagen junto a Mel Ferrer en una carretera próxima a París, en 1956. © Getty Images

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Con Sabrina (Billy Wilder, 1954), Audrey Hepburn se consagró en el firmamento de las estrellas de Hollywood. La historia repetía trazas del patito feo que se convierte en delicado cisne, ahora en Long Island como telón de fondo. A su lado los hermanos Larrabee: Humphrey Bogart en la piel de Linus –el discreto y aplomado– y William Holden como David –el vivales díscolo. Sabrina, que había sido ignorada por David mientras ésta suspiraba por su amor vuelve de París convertida en una damisela chic y distinguida, y el mozo heredero cae fulminado por sus encantos.

En una imagen publicitaria de la película Vacaciones en Roma (1953). © Getty Images

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Audrey Hepburn exuda elegancia, distinción y allure en cada plano de la cinta; un largometraje hecho a la medida de sus encantos, con entrada triunfal al baile de gala.

Posando para una imagen promocional de la película Sabrina, en 1954. © Getty Images

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Una instantánea de la película Sabrina. © Getty Images

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Junto a Humphrey Bogart, compañero de rodaje en Sabrina. © Getty Images

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Pero Sabrina le reportó a Audrey Hepburn mucho más que fama; una amistad verdadera y de por vida.

La anécdota ha sido contada hasta la saciedad pero siendo aún una desconocida actriz se interesó por las creaciones de Hubert de Givenchy. El director Billy Wilder entendió que debía vestir fantásticas prendas para su transformación estética a la vuelta de París y mandó a Audrey a la capital del Sena en busca del vestuario ad hoc; ella se decidió por los talleres de Hubert. El costurero, al hablar de Hepburn esperaba recibir la visita de Katherine pero para su sorpresa entró por la puerta una chiquilla menuda, guapa y divertida.

Ambos se gustaron desde el minuto cero, y aunque no pudo llevarse nada creado ex profeso para la cinta, Audrey apareció radiante en el rodaje de Sabrina con los vestidos de Givenchy. El vestuario de la película corría a cargo de Edith Head, la gran diseñadora de los estudios de Hollywood. La única también que aparecía en los créditos y la única que salió a recoger y agradecer el Oscar. Ni rastro de Hubert de Givenchy por ningún lado, ni en la cinta ni el speech. Audrey, muy disgustada, decidió enmendar aquel desaguisado y saldó la afrenta con la firme decisión de aparecer únicamente vestida por él en adelante.

Junto a Hubert de Givenchy en una fiesta de la moda celebrada en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York. © Getty Images

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Y repitió con su marido, Mel Ferrer, en la película Guerra y Paz (King Vidor, 1960). Henry Fonda y Anita Ekberg completaban el reparto para esta adaptación de la gran novela de León Tolstói, y aunque la productora puso todo el empeño en la promoción del largometraje, la taquilla no acompañó.

Henry Fonda, Audrey Hepburn y Mel Ferrer en Guerra y Paz. © Getty Images

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Durante el rodaje de Guerra y Paz de King Vidor en 1956. © Getty Images

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Para todo amante del cine y de la moda (y del cine que habla de moda más concretamente) Funny Face (Stanley Donen, 1957) es más que un regalo. El largometraje cuenta la historia de una tendera mediocre –con vida y trabajo igual de mediocres–fichada por el gran fotógrafo de moda que ve en ella lo que nadie más ha visto: los atributos necesarios para convertirla en la maniquí del momento.

El mundo a sus pies y ella ajena a todo el revuelo que causa con su elegancia, su belleza y su magnetismo, regalando encanto a diestro y siniestro. Es otra vuelta de tuerca sobre la leyenda del patito feo, pero en esta ocasión el envite era de órdago: Audrey iba a bailar en varios números, pero no con cualquiera, en las coreografías iba a estar acompañada por el rey en estos menesteres, el mismísimo Fred Astaire.

Una fotografía promocional de la película Funny Face. © Getty Images

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