"Un cuerpo libre de grasa" es el claim publicitario más ampliamente utilizado para atraer clientela a los productos adelgazantes cuando nos situamos a las puertas del verano. Parece un reclamo inocente, mejor dicho, responsable, porque alude a aquello en lo que los médicos parecen estar de acuerdo: es el exceso de grasa y no de otras cosas lo que debe preocuparnos en la batalla pre-bikini. Cada mujer tiene las formas con las que la Naturaleza le dotó y no debe obsesionarse en cambiarlas. Ahora bien, siempre sin grasa. Pues bien, toca resetear la mente y actualizar conceptos porque, atención, amigas: La silueta perfecta tiene grasa*. Es más: DEBE tener grasa. Qué cantidad, de qué tipo y dónde se sitúe es lo que diferencia un cuerpo delgado sano de uno delgado y enfermo. O de uno con sobrepeso y sano u obeso y enfermo, valga la redundancia.

Ya hace tiempo que sabemos que el atractivo no se articula en torno a la báscula. Mujeres con sobrepeso -apodadas fofisanas- suben a las pasarelas y participan en campañas publicitarias como muestra de diversidad, en una lucha por no otorgar la exclusiva del éxito a la delgada. Una vez aceptado esto, estudiemos lo tocante a la salud. "Una silueta 'saludablemente perfecta' no lo es por cuestión de más o menos kilos", afirma la experta en estética anti-aging Gema Cabañero. Y añade: "Los problemas de grasa no son sólo cosa de gordas. De hecho, delgada no implica libre de grasa. Las delgadas que no se cuidan rara vez se libran de un tipo de grasa llamada grasa tóxica que, por genética, tipo de alimentación o estilo de vida, puede afectar a todos los morfotipos y a todas las edades". No lo creerás, pero puede estar más sano un cuerpo gordo con la grasa bajo control que uno delgado que mantiene en su cuerpo la grasa inadecuada. Los que cuidan y miman los cuerpos de modelos y actrices bien lo saben: hay mujeres de talla 36 que tienen grasa tóxica localizada. Este tipo de grasa, por desgracia, es muchas veces resistente a la dieta y el ejercicio. Y esto ¿por qué ocurre? Porque hay algo de lo que, hasta hoy, no se ha hablado demasiado: todas las mujeres tenemos dos tipos de grasa: "hay una grasa aliada y una grasa enemiga. Hay que atacar sólo a la mala", señala Cabañero. Por cultura general, ya sabemos que hay grasas buenas y grasas malas. Pon un aguacate frente a un donut y ya lo tienes. Pero, además de estas grasas que comemos, hay otras grasas, las que alberga nuestro cuerpo, que tampoco son todas iguales. Existe la grasa parda, grasa blanca, grasa visceral… No todas estas grasas se dan por los mismos motivos ni en el mismo tipo de mujeres. Hay personas con sobrepeso que no tienen peligro de grasa visceral y gente muy delgada con un porcentaje alto de grasa tóxica. La inmensa mayoría de tratamientos de remodelación corporal (desde las liposucciones a casi todas las técnicas de remodelación no invasivas) todavía meten a todas las grasas en un mismo saco, atacando indiscriminadamente a la grasa en genérico, lo cual puede implicar riesgos para la salud y el bienestar. ¿Qué riesgos? Más adelante lo entenderás

LA GRASA NECESARIA
O sea, que se puede y debe tener cierto tipo de grasa corporal. "Sí, es absolutamente necesaria", afirma la experta en estética. Y deja una pregunta en el aire: "¿Sabías que hay más de más de cien compuestos esenciales para el correcto funcionamiento orgánico segregados por las células grasas?". Pues los hay. De hecho, el tejido adiposo se considera un órgano endocrino más: mucho más allá de su función como aislante térmico y depósito energético, también segrega hormonas como las que intervienen en la regulación del apetito y el metabolismo y participa en la síntesis de otras (como de las hormonas sexuales, por eso si hay grasa insuficiente se puede retirar la menstruación). Además, juega un papel esencial en la modulación de la respuesta inflamatoria, emitiendo citoquinas como la il-6, clave en la función inmunológica. "De poder llevarse a cabo el claim publicitario “100% libre de grasa” más que un sueño, sería una auténtica pesadilla: cierto porcentaje de grasa excedente es clave para el bienestar y la salud, pues la grasa actúa como mecanismo de protección. El tejido adiposo es el único órgano que tiene la capacidad de expandirse por sí mismo creando nuevas células grasas que nuestro organismo emplea como escudo defensivo ante dos peligros. Por un lado, que la grasa se aloje en el interior del corazón, el hígado o el pancreas y, por otro, que no se depositen sustancias tóxicas liposolubles, ya que atrapa y aisla dioxinas, pesticidas y el ácido araquidónico: un fosfolípido esencial que forma parte de las membranas celulares pero que, en exceso, se vuelve tóxico, convirtiéndose en el principal detonante del proceso de inflamación silenciosa", advierte Cabañero. Y puntualiza: "Cuando el ácido araquidónico encapsulado en las células grasas se libera, pasando al torrente sanguíneo, provoca alteraciones en el ADN celular de las propias células grasas, que dejan de sintetizar correctamente el ATP (trifosfato de adenosina, un nucleótido fundamental en la obtención de energía celular), lo que desequilibra el correcto proceso de quema u oxidación de las grasas". Mal negocio.

LA GRASA TÓXICA
No es una grasa distinta, sino la normal que, cuando supera un porcentaje (muy variable, dependiendo de la persona), se transforma en enemiga. Los casos más típicos se dan en personas que tenían grasa tóxica en formato protector (atrapada en el interior de las células) y han perdido peso muy rápido o de forma poco controlada, por lo que el ácido araquidónico que estaba encapsulado en el adipocito ha pasado al torrente sanguíneo y les hacen tener bajas las defensas, estar permanentemente cansadas, etc. Las áreas grasas más afectadas por esta grasa tóxica son las conocidas como 'zonas rebeldes' que, aún más ralentizadas por un exceso de toxinas, se convierten en las más resistentes y difíciles de eliminar con dieta y ejercicio. Estas toxinas vienen del tabaco, del alcohol, de la comida basura, la falta de descanso o ejercicio adecuado y otras malas costumbres relacionadas con la noche. Las zonas más habituales de almacenaje son el contorno abdominal/cintura y las caderas -en las mujeres-. Y el verdadero problema de la grasa de las malas costumbres es su toxicidad. Atesora encapsuladas en su interior todas las toxinas que captó cuando actuaba como protectora y, dado que para eliminarse primero tiene que movilizarse, descomponerse para salir de la célula grasa al torrente sanguíneo, hay que ir con cuidado a la hora de tratarla. Si sale mucha a la vez, por adelgazamiento express o movilización descontrolada y no se ayuda a su correcta evacuación (drenaje + detox) esas toxinas nos atacan, disparando la inflamación celular y derivando en envejecimiento prematuro, malestar, dolores de cabeza, fatiga, falta de energía… e incluso enfermedades crónicas (metabólicas, etc).

*(Todo esto lo aprendí en una presentación de un nuevo protocolo que ha puesto en marcha Gema Cabañero. Tras seis meses de investigación, con base en los más punteros estudios y las principales teorías sobre el metabolismo celular y los cambios estructurales de las grasas (como las teorías neuroendocrina y del envejecimiento por inflamación celular o las últimas publicaciones del Dr. Barry Sears sobre la grasa tóxica…) y, tras la realización de numerosos test y mediciones empíricas de eficacia, la especialista en estética antiaging y nutrición, ha protocolizado un tratamiento contra la grasa tóxica de gordas y delgadas. Es un tratamiento que hace diana sólo en la grasa mala desde todos los ángulos, poniendo en juego los tratamientos no invasivos de mayor efectividad testada, en la rotura y eliminación saludable de la grasa tóxica, alimentación y el ejercicio adecuado. Afirma que tiene un nivel de resultados medible desde la primera sesión, en la que se reducen entre 1 y 3 centímetros).