El debate sobre lo que puede ser feminista o no se reabre. Partiendo de la base del significado de feminismo, que habla de la doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres, el aspecto, actuación o actitud de una mujer no debería ser condenatorio para definirla como feminista o machista. De hecho, el simple hecho de juzgar la ideología de una mujer por la forma en la que modela o transforma su cuerpo debería ser recriminado como acto machista. Pero claro, el tema no es tan fácil como parece a priori.
La cirugía estética, como el maquillaje, la ropa catalogada como provocativa o los tacones infinitos han estado ligados tradicionalmente a un estereotipo de mujer superficial, preocupada por su imagen y su aspecto y totalmente ajena a preocupaciones sociales o causas políticas. Por suerte, con el paso del tiempo, la sociedad ha superado esos clichés, entendiendo todos esos aspectos como una forma de expresión, que corrobora la libertad de la mujer a la hora de vestirse, peinarse y maquillarse, y que incluso en algunos sectores feministas concretos se ha utilizado como símbolo del empoderamiento femenino. Y no hablamos de la actualidad, sino que ya Elizabeth Arden regaló a las mujeres sufragistas un pintalabios rojo como emblema de la lucha feminista. Por supuesto, a día de hoy, en el mundo del cine, la moda y el espectáculo, la ropa y la cosmética se ha convertido en la principal vía de reivindicación; algo criticado también por otros sectores, que hablan de un nuevo movimiento feminista como moda, algo pasajero que poco tiene que ver con los ideales de esta doctrina, sino más bien como una tendencia entre los grupos más elitistas y, sobre todo, Instagram.

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De hecho, la cirugía estética ha sido vista, en numerosas ocasiones, como una consecuencia más de una sociedad machista, en la que la mujer intenta por todos los medios complacer al hombre. Concretamente esta es la idea que defienden expertas en el ámbito como la escritora Valerie Tasso, autora del best seller Diario de una ninfómana que, en una entrevista reciente con el diario El Español, aseguraba que "una mujer no se hace cirugía estética por sí misma. Me van a saltar encima todas. Me van a decir de todo, pero yo voy a decir lo que pienso. Estoy harta de oír a chicas de 20 años diciendo 'me voy a poner dos tallas más de pecho porque me voy a sentir mejor conmigo misma'".

También existe la concepción de la cirugía estética como escapatoria poco efectiva de los complejos, derivados también de la presión que ejerce la cultura occidental sobre el cuerpo femenino. La psicóloga Júlia Pascual nos cuenta cómo mujeres con complejos han intentado solucionarlos sometiéndose a operaciones o retoques; algo que ha derivado, posteriormente, en una patología conocida como dismorfofobia: "Una persona puede encontrarse con un complejo concreto que, a priori, podría ser insignificante (incluso puede ser imaginario). Sin embargo, se obsesiona hasta desarrollar la psicopatología ya mencionada. En este punto, esa persona busca la manera de solucionar su problema a través de diferentes medios como el aislamiento, el maquillaje o los complementos que tapen aquello que no le gusta y, en última instancia, la cirugía. El peligro de los tratamientos e intervenciones quirúrjicas de carácter estético es que el paciente puede entrar en un círculo vicioso, porque tras modificar una parte de su cuerpo, puede ver otras que tampoco le gusten, y someterse a constantes operaciones, con consecuencias que pueden ser fatales".

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Sin embargo, en el otro extremo, surge una nueva ola de feminismo que defiende el cuerpo como principal arma de libertad. Está claro que en muchos casos los complejos en mujeres derivan de la presión y la imposición de unos cánones de belleza muy estrictos, que hacen que la víctima no acepte su cuerpo tal y como es y quiera cumplir con los estereotipos. Pero, ¿qué pasa si no es así? Si una mujer simplemente decide operarse los pechos porque le gustan más grandes, sin que haya detrás un complejo que la atormente o unos deseos masculinos que satisfacer. Es decir, en caso de que no hubiese ningún motivo nocivo detrás, ¿qué diferencia hay entre tatuarse todo el cuerpo por una cuestión estética y ponerse pechos por el mismo motivo? Vivimos en una sociedad que pone a nuestro alcance todo aquello que queremos o necesitamos para sentirnos mejor; el dilema surge cuando hay dos corrientes enfrentadas que parten de un mismo punto. ¿Debemos aprender a vivir con lo que tenemos y rechazar los complejos derivados de una sociedad estereotipada o debemos aprovechar los avances que ofrece la ciencia para acabar con aquello que no nos gusta?

Hace un tiempo se hizo viral la carta de una profesora de universidad estadounidense, publicada en la edición americana de Cosmopolitan, en la que hablaba precisamente de este dilema. La joven, que prefirió mantener su anonimato, se consideraba abiertamente feminista y hablaba del conflicto interno que sufrió cuando se dio cuenta de que quería operarse los pechos, sin más motivo que un gusto estético por los pechos grandes, pero que podía enfrentarse a sus valores feministas. "¿Los implantes traicionarían a la persona que era realmente", cuenta en la carta abierta disponible todavía en la web de Cosmopolitan, "desear tener senos más grandes me hizo sentir culpable, como si estuviera dando la razón a todos aquellos que me habían humillado durante años". Sin embargo, a los 24 años (ocho años después de planteárselo por primera vez), decidió llevar a cabo la intervención, algo de lo que no se arrepiente en absoluto y que, asegura, no está reñido con ser o no ser feminista. "A lo largo de los años me di cuenta de que el feminismo es otra cosa, que tiene que ver con la igualdad y la elección. Una definición mucho más atractiva que explica por qué celebridades como Beyoncé, Emma Watson y Harry Styles (sí, Harry Styles), están ondeando sus banderas feministas".

La carta de esta profesora nos hace reflexionar sobre un debate que está más latente que nunca. Hace pocos meses, Emma Watson abarcaba todos los titulares cuando fue juzgada por mostrar sus pechos en la portada de Vanity Fair América. Su respuesta tiene bastante que ver con la cuestión que plantea esta ciudadana estadounidense: "El feminismo va sobre la libertad. Sobre la liberación. Sobre la igualdad. Realmente no sé qué tienen que ver mis tetas con todo esto".

En este sentido, subrayamos la frase de Emma Watson, ¿qué tienen que ver las tetas con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres? Independientemente de que el debate se abra por mostrarlas en público o por querer tenerlas más grandes. Nos quedamos con la frase con la que la autora de la carta cerraba su alegato: "Todavía tengo sentimientos encontrados acerca de ponerme implantes, y sigue sin ser una decisión que quiera compartir con todos. Sin embargo, estoy orgullosa de ser feminista; una que tiene buenas tetas".