En las comunidades prehistóricas, el maquillaje funcionaba como símbolo de pertenencia. Un simple vistazo podría bastar para reconocer si una persona pertenecía a nuestra tribu o no. Así, resultaba relativamente fácil identificar a los enemigos porque iban pintados (y vestidos) de manera diferente.

Sin embargo, las tendencias en maquillaje como las entendemos hoy en día comienzan cuando la cosmética evoluciona como industria de la mano de las primeras estrellas del cine. El público desea fervientemente replicar las cejas de Jean Harlow o el rojo de labios de Rita Hayworth. Estos iconos estéticos podían permanecer vigentes durante años en el imaginario de los espectadores. Imagínense: el carmín mantuvo su hegemonía hasta bien entrados los años sesenta. O, más bien, hasta que irrumpieron las primeras tribus urbanas: hippies, mods, punks... Es entonces cuando se produce la gran atomización de las tendencias y el nacimiento de las temporadas propiamente dichas.

Actualmente, en M·A·C Cosmetics lanzamos más de 60 colecciones al año, en las que incorporamos los principales temas de cada momento. ¿Cómo decidimos cuáles son? Pues según lo que se ve en las pasarelas internacionales. Que, a su vez, surgen de los paneles de inspiración con los que los diseñadores han trabajado durante los meses previos a los desfiles: referencias de texturas, colores, tipografías, diseño gráfico o incluso la subcultura clubber. En cuestión de maquillaje también se observan diferentes corrientes, y a los profesionales nos corresponde intentar ramificarlas y categorizarlas.

Eso no significa que todo el mundo tenga que cambiar de estilo cada cuatro meses (spoiler alert: casi nadie lo hará). Las tendencias pueden ser tan solo una inspiración que no conduce a nada más. Al igual que escuchar música no significa que nos pongamos a componer al día siguiente. Muchas veces, el creador sugiere como innovación la máscara azul y la gente acude en masa a comprar labiales violeta. Traducen y adaptan el mensaje.

Una cosa es lo que nos gustaría que sucediese y otra, lo que realmente ocurre. En ese sentido, las tendencias son solo una reflexión sobre lo que soñamos, no un púlpito desde el que dictar normas. Al consumidor es difícil moverlo de sus costumbres: quien lleva un eyeliner, suele ser fiel a él.

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Fotografía de Gonzalo Machado, estilismo de Beatriz Moreno de la Cova.
La erótica del rubor

A veces, sin embargo, ocurre que pueden influir, aunque sea ligeramente, en los gustos. Ahí reside nuestra esperanza. Ahora mismo estamos viviendo una etapa en la que la compradora, quizá inspirada por las redes sociales y la perfección generada a través de programas de retoque en las publicidades, busca productos que le ayuden a recrear una piel impoluta. Desea parar el tiempo y envasarlo en tratamientos antiedad. Lo cierto es que eso no deja de ser un estereotipo esclavo que nos convierte en los mismos ilusos y los mismos perdidos que hace 20 años. El cambio reside en que nuestros deseos, por primera vez en la historia del maquillaje, tienen respuesta inmediata. Redes como Instagram, Twitter o Snapchat han contribuido a que las marcas se retroalimenten directamente de la opinión del consumidor, que goza de autoridad y una voz propia.

Mi profesor de Filosofía siempre decía que hay un defecto permanente e infinito en el ser humano, la insatisfacción. Las tendencias de maquillaje responden a algo tan mundano como eso: nos gusta el cambio. En ese sentido, la maquinaria de la industria lleva tiempo acelerándose, pero no corre riesgo de quemarse. Muy al contrario, generará nuevos profesionales más especializados, ágiles y creativos.

Llegará un momento en que no haya suficientes baldas en las perfumerías para tantos lanzamientos y, cuando eso ocurra, habrá una selección natural. Por mucho que se intente convencer de las maravillas de la ingente cantidad de productos que se presentan en el mercado cada semana, siempre aparecerá un hater que te diga la verdad si te has equivocado. Ahí está el filtro.