Cuando creíamos que la obsesión por lucir un moreno de ciencia ficción tirando a naranja era cosa del pasado, llega Alejandro Sanz a recoger la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid y nos invita a abrazar la idiosincrasia del Venice Beach más ochentero (entre musculosos cuerpos tostados, patines y Walkmans) de esta guisa:

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Hace un par de días, el artista le restaba importancia en El Hormiguero alegando que era el resultado de navegar por Miami (ya sabéis cómo funcionan estas cosas) y el asunto quedó así: Alejandro se tostó, internet se rompió y ya podemos pasar a otra cosa. Sin embargo, no sería justo dejarle cargar con el ‘marronazo’ a él solo: mientras que los diseñadores Valentino y Giorgio Armani llevan años fidelizados al look vacaciones en el Caribe, hay otras ‘celebs’ como Paris Hilton o Christina Aguilera que veneraban las mil posibilidades del naranja en un pasado no tan lejano. Y nos preguntamos, ¿dónde está el límite entre un toque de bronceado y encarnar el look azabache? ¿Puede el tono de piel crear adicción?

La respuesta es un sí rotundo. La tanorexia está considerada en muchos círculos médicos un trastorno dismórfico corporal que lleva al sujeto a tener una percepción distorsionada de su propia piel, viéndose más pálido de lo que realmente es. Aunque esto pueda recordar a la anorexia, la tanorexia suele ser comparada con adicciones como el alcoholismo o tabaquismo dada la dependencia que crea en el cuerpo, pudiendo desencadenar reacciones similares a las de un síndrome de abstinencia. Una obsesión reconvertida en necesidad donde el tono de piel nunca está a la altura.

Uno de los casos más mediáticos fue el de Patricia Krentcil (más conocida como ‘Tanning Mom’) en 2012. Esta mujer de Nueva Jersey con una evidente adicción al moreno fue acusada de exponer a su hija de cinco años a los peligros de los rayos UVA cuando el colegio detectó quemaduras por todo el cuerpo de la menor. Aunque finalmente fue declarada no culpable, el caso reveló detalles como que Patricia acudía a salones de bronceado más de 20 veces al mes.

Sin embargo, no es una historia aislada. La británica Hannah Norman confesaba a un diario británico en 2004 que gastaba alrededor de 1.000 libras al mes en bronceadores (lo primero que hacía al levantarse era embadurnarse con todo tipo de potingues) y sesiones de rayos UVA. Adicta a las camas de bronceado desde los 14 años, Hannah visitaba hasta cuatro salones al día y sentía ansiedad si faltaba a alguna sesión. Y es que en esta carrera de fondo por lograr el tono más dañino los riesgos para la salud sobrepasan el plano físico. Por ello, tratar este desorden con ayuda psicológica es vital.

Una obsesión no tan lejana

No hace falta recurrir a tales extremos para encontrar prácticas nocivas que involucran al sol. En realidad, la llegada del verano y el deseo de broncearnos en tiempo récord suele convertirnos en el mejor ejemplo. Tal y como recomienda el Doctor Sánchez Viera, Director del Instituto de Dermatología Integral, “Las mejores medidas son ponerse cremas solares de alta protección media hora antes de la exposición, repetir cada dos horas y evitar tomar el sol en las horas centrales del día. En realidad, la exposición al sol debe ser la mínima. Con media hora al día fuera de las horas centrales del día sería suficiente para obtener la vitamina D necesaria para tener una salud óptima, ya que, por ejemplo, es la que nos ayuda a fijar el calcio en los huesos”.

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Esta campaña de baño de H&M en 2012 fue duramente criticada por exagerar el tono bronceado de sus modelos.

Tomamos el sol para vernos mejor sin caer en la cuenta de que estamos ante un arma de doble filo: “El sol es el segundo causante del envejecimiento después del paso del tiempo. La piel se deshidrata y aparecen arrugas y manchas provocadas por la sobreexposición solar”. Si a pesar de todo, optamos por tomar el sol de forma indiscriminada, los resultados pueden ser peligrosos: “La piel tiene memoria y si se producen quemaduras en los mismos lugares a lo largo de la vida, las células de la piel pueden mutar y aparecer un cáncer de piel”, explica Sánchez Viera.

Por ello, el doctor recuerda que aunque veamos cómo la piel se regenera al aplicar cremas hidratantes, el daño en el ADN de la célula ya está hecho y queda registrado para siempre. “Las personas que jamás utilizaron fotoprotector en su juventud porque no se tenían los conocimientos que ahora existen sobre la asociación entre sol y cáncer de piel y que sufrieron muchas quemaduras durante infancia y juventud, tienen un mayor riesgo de desarrollar cáncer de piel y un melanoma, la forma más agresiva de cáncer de piel que existe”, explica. Las estadísticas hablan por sí solas: Un estudio de la OMS en 2009 concluyó que la utilización de cabinas de rayos UVA antes de los 35 años aumentaba un 75% las probabilidades de desarrollar melanoma.

El doctor Sánchez Viera se suma al aviso y advierte que estas radiaciones son mucho más concentradas y perjudiciales que las emitidas por el sol: “Son siempre un enorme peligro por la radiación que emiten. Además, en numerosas ocasiones son utilizadas sin ningún tipo de fotoprotección y las deficiencias de muchos de estos aparatos escapan al control de las autoridades sanitarias. La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) ha elevado al nivel de riesgo máximo este tipo de tecnología sin que exista en nuestro país ningún tipo de restricción legal entorno a ello”.

Si te estás replanteando lo de pasar las vacaciones tostándote al sol, el autobronceador puede ser la alternativa ideal. Algunos como el de St. Tropez se aplican bajo la ducha mientras que otros como Terracotta Sunless de Guerlain vienen en formato bruma. Si aun así no quieres jugártela, apuesta por centros profesionales como Corpora donde te proporcionarán un bronceado en spray sin riesgos.... ¡y a disfrutar del verano!