Puedo explicarles en qué consiste el método Estivill, sé que hoy se estilan los grupos de WhatsApp entre padres para intercambiar noticias acerca de los deberes de los niños y estoy al tanto de las grietas que, a menudo, se forman en el pecho de las recién paridas difcultando la lactancia. Si les soy sincera, esas tres cuestiones me resultan tan lejanas como la situación de la pesca en Namibia, pero vivo en una sociedad que da por hecho que se trata de temas que me incumben (soy mujer, ergo la maternidad es mi vía defnitiva de realización), así que muchas veces me encuentro inmersa en conversaciones de este tipo sin saber muy bien qué aportar al debate.

Antes de continuar, debo reseñar un dato: ya he cumplido los 41 años y no tengo hijos (en este punto, algunas lectoras mascullarán que soy una egoísta). Pero no me juzguen aún, porque les daré una información más: me he sometido a siete fecundaciones in vitro fallidas (en este punto, algunas lectoras se compadecerán de mí). Si a las mujeres que han pasado por la vicaría se las llama casadas; a las que no tienen pareja, solteras; a las que han dado a luz, madres; a las que han roto su matrimonio, divorciadas... ¿Yo qué soy? He buscado en el diccionario y no existe ninguna palabra para mí, de modo que me defniré desde la negación: soy una no madre. Y, la verdad, no me considero una egoísta (al menos, no necesariamente más que las que empujan un carricoche por la calle) y creo que tengo una vida razonablemente feliz. Pero no entiendo por qué a tantas congéneres les irrita o les preocupa mi situación; llevo cinco años, desde el día que me casé, escuchando casi a diario la misma matraca: “Y tú, ¿para cuándo?”.

¿Soy la única que está harta de enfrentarse a esa pregunta? Parece que no. Me he pasado casi un año buscando a mujeres inspiradoras que, por diferentes motivos –unas no han podido, otras no han querido, para otras no se han dado las circunstancias adecuadas–, no han tenido hijos y he descubierto que ellas también están cansadas de dar explicaciones sobre algo tan íntimo que nadie debería tener que justifcar. La actriz Maribel Verdú, por ejemplo, me contó: “Es que no hay entrevista en la que no me lo pregunten, y de verdad que me parece desesperante”. A la periodista Mamen Mendizábal no dejan de recordarle el tictac del reloj biológico, según me explicó: “Vivo una época de plenitud y, sin embargo, lo que más he oído al convertirme en cuarentañera es ‘todavía estás a tiempo de tener un hijo’. Como si a pesar de todo lo que he conseguido aún estuviera a medio hacer”. La modelo Almudena Fernández ni siquiera ha descartado la idea de concebir un bebé y aun así siente que la ningunean por no haber tomado todavía ese camino: “No me parece que la maternidad sea algo indispensable para sentirme completa. Ser madre es otra cosa más, no la cosa, no te da un grado más como persona. No creo que tenga más importancia que desarrollar una carrera como modelo o una ONG”. También he hablado con la galerista Soledad Lorenzo, la cantante Alaska, la editora Inka Martí, la escritora Rosa Montero, la exmodelo y activista frente al cáncer Sandra Ibarra, la actriz Carmen Ruiz y la presentadora Paula Vázquez, todas ellas mujeres exitosas y valientes que, créanme, no se merecen ser tachadas de egoístas ni mucho menos que se las contemple con compasión.

A menudo se nos dice a las mujeres sin hijos que no sabemos lo que se siente al dar a luz. Probablemente es cierto, pero tampoco saben las madres lo que se siente cuando tienes la certeza de que jamás tendrás un hijo. Y lo que entonces se abre ante nosotras, las no madres, no es el vacío, sino una vida distinta, ni mejor ni peor. Yo estoy dispuesta a seguir escuchando los trucos del doctor Estivill para dormir a los bebés a cambio de que ellas dejen de mirarme como si fuera un ser incompleto.