La vida de Liliane Bettencourt fue, como suele ocurrir entre mujeres poderosas, accidentada y a caballo entre los juzgados y la familia. Heredera y principal accionista de L'Oreal, Bettencourt dejó en 2012 de ser determinante en las decisiones de la firma de cosméticos que heredó en 1957 (la cual siempre se negó a dirigir) por el avance de la demencia y el alzhéimer que acarreaba desde hacía unos años.

"Liliane Bettencourt murió anoche en su casa. Habría cumplido 95 años el 21 de octubre. Mi madre se fue en paz”, ha dicho en un comunicado su hija Françoise Bettencourt Meyers. Una paz que muchos han puesto en entredicho por los feroces pleitos judiciales en los que se vio envuelta cuando su hija acusó al círculo de confianza de Bettencourt de aprovecharse de su fortuna. De hecho, salieron a la luz grabaciones que salpicaban a su amigo íntimo, el fotógrafo François-Marie Baniersobre e incluso al propio Nicolás Sarkozy. Al final, en el 2010 el juez estimó que debía permanecer bajo la tutela familiar a causa de su demencia, aun en contra de su voluntad.

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Con todo, Liliane Bettencourt fue una mujer fuerte, que no solo dejó su huella en L'Oreal, donde entró a trabajar como becaria con 15 años, sin más privilegios que sus compañeros, sino que también se preocupó por dejar su sello en las artes y las ciencias, para lo cual fundó junto a su esposo en 1987 la Bettencourt Schueller Foundation con fines humanitarios. Y además, dueña de una gran fortuna, que según revelaba la revista Forbes este mismo año, era de unos 33.000 millones de euros. Una cifra que la colocaba como la mujer más rica del mundo en 2016 y 2017.