El viejo cuento de Hollywood: cuidado con una rubia que se hace la tonta. La técnica la inventó Marilyn Monroe, pero observando la trayectoria de Amanda Seyfried (Pensilvania, 1985) desde que interpretara a una adolescente sin neuronas en Chicas malas, allá por 2003, parece que a la eterna peroxidada de La tentación vive arriba le ha salido una alumna aventajada. Enfundada en un conjunto de encaje negro con su melena sobre los hombros, es imposible no atisbar algo de ironía cuando recibe al periodista tejiendo ganchillo en la suite del hotel en el que se hospeda. “Me lo llevo a todas partes y hago tapetes, cuencos y hasta pequeñas fundas para vender o regalar a amigos. ¡Me relaja muchísimo!”, asegura con soniquete, guardando lana y agujas en una cartera blanca de Givenchy. No es casual: la actriz estadounidense se encuentra en París para promocionar el perfume Live Irrésistible del que es imagen, aunque su vínculo con la firma nació desde que Riccardo Tisci, su director creativo, se enamorara de la Cosette que interpetró en Los miserables (2012). “Cualquiera conoce Givenchy por su historia y la relación entre Hubert y Audrey [Hepburn], pero si hay algo que me fascina es que Riccardo ha conseguido crear un estilo sofisticado y femenino sin recurrir a lugares comunes”, dice.

De padre farmacéutico y madre terapeuta, Seyfried lleva sacudiéndose prejuicios desde que saltara de una película de culto como Chicas malas al drama televisivo Big Love (2006-2009). El estrellato global la esperaba a continuación con la musical Mamma mia! (2008) y la edulcorada Querido John (2010). Pero el nombre que ahora la atañe puede llevarla a una nueva dimensión: David Lynch y su esperado remate de Twin Peaks para el próximo año. “Me llamaron el mismo día que mi hermana se casaba y tuve que aguantar la emoción para no robarle protagonismo, pero resultaba casi imposible no soltar un grito”, cuenta. El proceso no fue, asegura, tradicional: “Me mandaron solo mi parte del guión y me citaron para rodar una semana entera, no sabía con quién grababa las escenas ni qué le acababa ocurriendo a mi personaje al final de su trama. Sé que no tengo un papel principal porque somos más de 200 actores, y ya. Ese es el factor exclusivo de Lynch: su talento es infranqueable hasta para los que trabajamos a sus órdenes”.

Aunque apenas rozaba los 13 años cuando se hizo con su primer trabajo en la longeva As The World Turns (serie que se emitió entre 1956 y 2010, inédita en nuestras televisiones), la fama no es precisamente el factor que más le atrae de su profesión. “No le encuentro la gracia a una alfombra roja como la de los Oscar. ¿Dónde está el atractivo de reunir a cientos de estrellas desfilando con sus representantes y periodistas gritándoles por todas partes? Cuando he ido, lo mejor ha sido la comida gratis”, sonríe mordaz. Otra de las cuestiones que la ofuscan es, como han denunciado Jennifer Lawrence o Patricia Arquette, la deuda salarial que Hollywood tiene con sus actrices. En julio de 2015, confesaba al diario The Sunday Times que una productora –sin especificar– le había pagado un 10% del sueldo de su compañero masculino. “No estamos intentando cobrar más o saltarnos ningún paso, no se trata de cuánto ganas. Se trata de lo justo que es”, argüía entonces. Para lo que sí le ha valido la fama que la actuación le ha servido en bandeja es para ofrecer su sabiduría a la fundación I Am That Girl, a la que se unió en 2014. “Es una comunidad virtual que proporciona a niñas y adolescentes de todo el mundo un reducto de paz para problemas y situaciones difíciles. Desde el acoso en el colegio hasta la desigualdad laboral cuando son adultas, cualquiera puede acudir a una de las charlas que se organizan cada semana y hablar de lo que le preocupa”, explica. Seyfried pasó su propio trance con 19 años, una serie de crisis de ansiedad – derivadas de la celebridad– por las que tuvo que someterse a tratamiento. “Pensé: o lo afronto y le busco una solución o admito que la cosa no hará más que empeorar. Contando esto públicamente no intento redimirme, solo echarle un cable a las chicas que sientan algo parecido”. Bonita (e irresistible) manera de dejar estela.