Mi 'rubenesco' cuerpo me convirtió en abanderada de esas mujeres amablemente denominadas curvies hace cosa de un año. Fue en ese momento cuando me convencí de que nuestra sociedad está enferma, al transformar mis saludables kilos en trending topic tras dejar de fumar. ¿A quién diantres le importa mi talla?, pensé. Y, sin embargo, mi gorda-gate tuvo su lado positivo. Ayudé a muchas mujeres a cuestionar los cánones impuestos cuando espeté al mundo: “Estoy gorda, ¿qué pasa?”.

Los ideales de belleza siempre me han resultado poco realistas. Cierto que en los últimos tiempos ha habido un par de soplos de aire fresco, principalmente gracias a las críticas que actrices como Inma Cuesta, aquí, o Lena Dunham, al otro lado del océano, han hecho públicamente sobre el uso (más bien abuso) de PhotoShop en sus retratadas figuras. Creo que lo revolucionario, en nuestros casos, es que sabemos que aunque vivamos de nuestra imagen, somos más que un físico. Hace bien poco, en un arrebato de sinceridad en Instagram, publiqué una imagen de mi barriguita tras dar a luz. En el texto que la acompañaba explicaba que debo ser la única famosa con tripa postparto y miles de personas me escribieron dándome las gracias por mostrarme tan honesta con mi verdad. Puede que en esta era tan tecnológica y llena de mentiras en la que vivimos (todos tenemos una vida estupenda, a juzgar por las redes sociales) estemos más necesitados que nunca de realidades.

Lo que se entiende comúnmente como talla grande ha de ceder (y nunca mejor dicho). En las tiendas, vestir una talla igual o mayor que la 42 ¡se considera grande! Es vergonzoso, sobre todo cuando se sabe que... ¡es la primera que agota existencias! Y existe toda una rueda en la industria de la cosmética que se lucra porque las denominadas grandes somos mayoría. En cualquier caso, que se sepa, ser delgada tampoco te otorga una felicidad automática. Conviene fijarse en que las que más critican los cuerpos XL suelen ser mujeres permanentemente enfurruñadas porque lo que tienen... ¡es hambre! Hay un neologismo ideal que las define: hangry (del inglés hungry y angry o, lo que es lo mismo, hambrienta y enfadada).

No sé cuantas veces he oído aquello de que hay que cuidarse más. La paradoja es que me cuido mucho. Y, harta de oír lo mismo, he llegado a la conclusión de que tenemos una definición distinta de lo que significa cuidarse. Existen dos maneras de hacerlo: prestar atención a la alimentación para mantener la línea o comer de forma saludable. Obviamente, yo soy más de la segunda. Me cuido porque tengo la intención de que mi cuerpo me dure muchos años y la única talla que realmente me importa es la mía como persona.

Curvies de mi corazón, ¡revolucionémonos ya! La auténtica insurrección está entre nosotras. Cuidemos las unas de las otras y seamos positivas, que bastante duro es, de por sí, ser mujer. Por mi parte, reivindico no vivir amargadas por nuestro cuerpo. Propongo que bajemos el nivel de exigencia y dejemos ya de sentirnos gordas o delgadas porque lo diga una puñetera etiqueta. El atractivo, al fin y al cabo, no reside en una dichosa talla. Planteo una acción pacífica: postear en redes con la etiqueta #YoDoyLaTalla y demostrar que la damos simplemente al estar cómodas en la piel que habitamos. Esa será una revolución silenciosa capaz de hablar a gran volumen.