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A propósito de la flacofobia

Exclusiva: las famosas comen, engordan y adelgazan.

Por Beatriz Serrano
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Una imagen hizo que las redes sociales echaran humo. La causante de aquel incendio no era otra que la Reina de España Letizia Ortiz, quien hizo una aparición pública con un nuevo corte de pelo -el bob- y un vestido en palabra de honor que dejaba a la vista, como suelen hacer estos vestidos, espalda y hombros. El veredicto fue unánime: Letizia Ortiz estaba muy delgada. Y a una audiencia a quien la Reina no había pedido auditoría para decidir sobre su cuerpo aquello le parecía mal. Corrijo: fatal. Volvía a ser una discusión a la Zellweger en la que un público ajeno a la vida de la persona se sentía juez, jurado, verdugo y con la autoridad suficiente para opinar (y hasta decidir la cantidad de cocidos que le pondrían) sobre el cuerpo de esa otra persona. Lo más inquietante de todo no fueron los comentarios generados a raíz de la aparición pública de un personaje –valga la redundancia – igual de público sino, una vez más, el modo en el que la sociedad (de particulares a medios) polemiza sobre el cuerpo de cualquier mujer. La Reina de España puso otro debate sobre la mesa: ahora que es políticamente incorrecto meterse con los kilos de más, ¿por qué es lícito hacerlo con los kilos de menos?

La diversidad es tendencia en este mundo de modas caducas. La bautizada como “revolución curvy” parece mostrar la cara amable de una industria dominada durante décadas por el mismo tipo de protomujer a todas luces inalcanzable. Sin embargo, echando la vista atrás observaremos que mostrar a modelos de tallas grandes no es ni novedoso ni rompedor, como otras tendencias del mundo de la moda, es sencillamente cíclico. Ya en los años 60 la modelo Twiggy consiguió colarse en las revistas de moda cuando la modelo por antonomasia lucía una talla más allá de la cuarenta. Fue aquella muchacha de enormes ojos y delgadísimas piernas quien se enfrentó (y venció) al prototipo de belleza de la época dominado por curvas y redondeces. Y no era un prototipo fácil de derrocar: la gordura ha sido a lo largo de los siglos el canon de belleza imperante. Si nos remontamos a la Prehistoria, la escultura de la Venus de Willendorf mostraba el ideal de belleza que en aquel momento estaba íntimamente relacionado con la reproducción, por ello, las caderas anchas, los enormes pechos y las voluptuosidades en general representaban el ideal de lo que debía ser una mujer.

No hace falta irnos tan atrás, de La Primavera de Botticelli a Las Tres Gracias de Rubens tenemos ejemplos suficientes que demuestran que hubo un tiempo en que la celulitis no era ningún estigma. La delgadez antaño se relacionada con la desnutrición y las mujeres de bien, las que comían de lujo (un lujo inalcanzable para la mayoría) paseaban orgullosas esos “kilos de más” que simbolizaban salud y estatus. Y aunque en el siglo XIX el corsé no solo estrechaba las miras de una sociedad victoriana sino también la cintura de las mujeres, no era más que otra forma de resaltar el busto y las caderas que seguían significando buena salud y fertilidad.

Hasta la llegada del siglo XX no empezamos a ver un panorama más o menos variado.De la veneración de la curva y la tez de porcelana al reinado del hueso y la piel morena tan solo van cien años. Es en este siglo cuando empezamos a observar modelos de belleza de contrapuestos: de las siluetas curvilíneas de Elizabeth Taylor o Marilyn Monroe a las más marcadas de Marlene Dietrich o Audrey Hepburn. Todas ellas son iconos de una época eso sí, cada una a su manera.

Más adelante, en los años 90, el ideal femenino se dibujaba en el firmamento de las portadas de revista en forma de semi diosas caídas del cielo. Sin necesidad de apellidos, el mundo suspiraba ante la actitud y el contoneo de Claudia, Naomi, Cindy, Linda o Elle. Fueron los 90 la época del 90-60-90 que aunque no era ningún corsé, apretaba de igual forma a las mujeres de a pie ante la imposibilidad de lograr unas piernas de vértigo por mucho gimnasio al que se apuntaran y dietas milagro que siguieran. Porque precisamente el metabolismo, la gracia divina que hace que una mujer mida un metro ochenta y pueda jactarse en las entrevistas de “comer todo lo que le da la gana” no se compra a golpe de cuota trimestral ni se consigue a base de un mes cenando zumo de apio.

Como cualquier heroína tiene a su villana particular, aquel Olimpo de Diosas noventeras tuvo que hacer hueco a otra modelo que lo que le faltaba en altura lo derrochaba en actitud: Kate Moss. El metro setenta de estatura de la de Croydon no impidió que una industria siempre a la caza de su next big thing pusiera el foco sobre ella. Su belleza atípica y la personalidad que sacaba a relucir en cada fotografía hicieron de ella un icono. Y todo icono genera siempre un ejército de réplicas. Así fue como la delgadez desnuda, sin curvas, se convertía en la nueva estrella sobre las pasarelas hasta que el nuevo milenio trajo consigo la polémica sobre la –esta vez- extrema delgadez. Polémica que condujo a que muchas pasarelas alrededor del mundo se acogieran a unas políticas que determinarían mediante peso, altura y masa muscular, si la que estaba a punto de desfilar era un maniquí bello o una figura enferma. Con esta política se pretendió cerrar para siempre el debate sobre la delgadez de las modelos. No se consiguió.

El nuevo milenio también nos trajo a los ángeles de Victoria's Secret que lograron subir el espectáculo a la pasarela y generar la misma expectación por sus desfiles que por cualquier concierto o partido de fútbol. Una suerte de réplicas de las aclamadas top de los 90, esta vez convertidas en superestrellas disfrazadas de angelitos picantones. A día de hoy, la industria de la moda nos trae a sus némesis: las chicas de tallas grandes que protagonizan la campaña #IAmNoAngel de la firma de lencería Lane Bryant, que se desvinculan mediante hashtag de los cuerpos perfectos de los ángeles de Victoria's y reivindican que la gordura es sexy.

Y es que ha sido precisamente este milenio el que ha traído consigo un cambio de miras en el mundo de la moda y la belleza apostando por la diversidad. La delgadez y la gordura han convivido en pasarela junto con la androginia, el mestizaje, la discapacidad o la transexualidad. Desde fuera, podríamos aplaudir ante la iniciativa de mostrar no solo a una, sino a todos los tipos de mujeres que sea posible. Aunque lo cierto es que, pasada la pirotecnia, lo único que deja es el humo. Porque mostrar todo el abanico de formas y colores es sin duda un punto a favor, pero enfrentar a modelos distintos de mujer no debería ser -jamás- tendencia. Hay mujeres altas y bajas y gordas y flacas. Hay incluso una mujer como Gisele Bündchen cuyos genes deberían donarse para estudio en las universidades. Hay mujeres que comen y no engordan y hay quienes se pasan la vida entera contando calorías. Y también hay mujeres a quienes no se puede definir en un grupo u otro. Llámalas 'mujeres reales', aunque la realidad verdadera es que Gisele, Kate o Naomi también lo son.

El asunto de Letizia Ortiz ha hecho que podamos ver cómo la sociedad puede pasar de la gordofobia a la flacofobia en un abrir y cerrar de ojos. Y la crítica indiscriminada no debería tolerarse en ninguna de sus facetas. Criticar el cuerpo de una mujer por gorda o por flaca nos deja a la altura de un Gran Hermano observador y cruel. Pero no olvidemos que no ostentamos el poder de ese Gran Hermano y que la crítica, en mayor o menor medida, también puede volverse -en cualquier momento, de manera cíclica - en nuestra contra.

Marlene Dietrich

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La actriz Marlene Dietrich, en una de las pocas ocasiones en las que llevó falda.

La Primavera de Botticelli

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En La Primavera de Botticelli la celulitis era bienvenida y celebrada.

Kate Moss

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Kate Moss, la niña mala del mundo de la moda.

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Twiggy

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Twiggy, la chica que puso de moda la delgadez.

Venus de Willendorf

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La Venus de Willendorf y sus curvas de belleza en la Prehistoria.

Naomi, Claudia y Elle

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Los rostros (y cuerpos) de una década.

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Gisele Bündchen

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¡No te vayas, Gisele! Pues sí, la modelo deja definitivamente las pasarelas.

Mujer victoriana

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Una mujer victoriana haciendo sus cosas victorianas.

Lea T

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Lea T: transexual y reina de las pasarelas.

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Las Tres Gracias de Rubens

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Las Tres Gracias de Rubens decían NO a la Operación bikini.

Elizabeth Taylor

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Otro icono de la época, la bella Elizabeth Taylor.

Ashley Graham

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Ashley Graham es una de las modelos de tallas grandes más cotizadas.

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Chantelle Brown-Young

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Chantelle Brown-Young, la modelo que ha subido el vitiligo a las pasarelas.

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