Lo de las modas es, cuanto menos, curioso. Sobre todo cuando lo novedoso resulta ser algo que llevamos haciendo toda la vida, pero sometido a un rebranding más potente. Algo así como querer pagar la bolsa de Ikea a precio de Balenciaga. Qué le vamos a hacer: las modas son así.

Uno de los últimos conceptos en auge, tildado de moda que irrumpe con fuerza, es el nesting. En otras palabras: invertir más tiempo entre las cuatro paredes del hogar y disfrutar haciéndolo. Cambiar juerga y stilettos por un fin de semana casero acompañados de un buen libro o del último estreno en Netflix, atrevernos con la repostería, hacer de la jardinería nuestra nueva vocación… Y aquí nos topamos con el primer problema: ¿Es que no podemos quedarnos en casa Y PUNTO? ¿Tenemos que colmar el fin de semana de entretenimiento indoor? ¿Es que acaso no sabemos aburrirnos?

Que vaya por delante que esto no es, ni muchísimo menos, una invitación a que comiences tu propio periodo de hibernación pero ¿cuándo fue la última vez que remoloneaste en la cama durante una hora sin sentirte culpable? Y antes de que preguntes, no, la paralizadora resaca del domingo no cuenta. ¿Por qué en cuanto tenemos un puente de tres días corremos en masa a algún destino con costa para pegarnos por un metro cuadrado de arena? ¿Por qué nos arrastramos a casa de nuestros suegros todos los domingos con tal de no quedarnos en casa? (Si vas bajo amenaza, tampoco cuenta).

De verdad que no pasa nada por quedarse en casa un día soleado de primavera. Diría que hasta tiene su encanto. Os invito a disfrutar del dolce far niente de los italianos, del cansancio del ánimo que supone el aburrimiento según la RAE, por estas razones:

Abúrrete, serás más creativo

Y es que, al contrario de lo que pudiera dictar nuestro sentido común, la falta de estimulación nos hace derrochar creatividad. Un estudio de la Universidad de Lancashire quiso darle una segunda oportunidad al aburrimiento sometiendo a un grupo de personas a tareas tediosas como copiar números de una guía telefónica (suena a culmen de lo soporífero) para luego medir su nivel de creatividad pidiéndoles que idearan usos alternativos para un par de vasos de plástico. Se confirmó la hipótesis: aquellos sometidos a mayor aburrimiento elaboraron respuestas significativamente más útiles y creativas. En la misma línea, desde la Universidad de Pensilvania quisieron elaborar su propio experimento exponiendo a un grupo de personas al visionado de videoclips que producían euforia, angustia, relajación o aburrimiento, para luego someterles a un test de asociación entre palabras. De nuevo, los que fueron torturados con aburrimiento imaginaron más asociaciones, exprimiendo así su creatividad. Ya sabes, ¿tienes síndrome del folio en blanco? No busques inspiración, busca aburrimiento.

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¿Qué estoy haciendo con mi vida?

Probablemente te harás más veces esta pregunta tirada en el sofá con una bolsa de Cheetos sobre el regazo que viendo una exposición en el Guggenheim (o puede que no) pero lo cierto es que este pensamiento tan necesario, saldrá a relucir con mayor facilidad en situaciones de aburrimiento. No lo digo yo, sino el artículo El lado bueno del aburrimiento (The Bright Side of Boredom, 2014) de la Universidad de Louisville que defiende que el aburrimiento nos motiva a buscar nuevas metas al actuar como un mecanismo regulador que trata de cambiar lo poco estimulante por actividades más significativas y congruentes con los proyectos propios. Es decir, son estos momentos de claridad, de mirar a una pared en blanco en vez lugar de hacer scroll de manera instintiva por Instagram, los que nos harán pensar si es momento de cambiar de trabajo o de champú.

Deja de producir, serás más productivo

La obsesión por exprimirnos al máximo no entiende de límites. ¿Quién no ha estado de vacaciones pensando en todo lo que tendría que hacer al volver a la oficina? Casi un 30% de nosotros lo hace por norma y al final, con tanto ajetreo laboral y ocioso no descansamos lo más importante: la mente. El aburrimiento, entendido como ese maravilloso cansancio del ánimo, tiene la cura. Sucede algo similar a lo que pasaba con la creatividad: el multitasking, nuestra dependencia digital, no tener ni cinco minutos para tomarnos un descanso… acaban pasándonos factura. Así nos lo cuenta Andrew Smart en El arte y la ciencia de no hacer nada (2014) donde se vale de la neurociencia para defender que estos periodos de descanso mental son necesarios a la hora de reiniciar el cerebro. Poner ‘piloto automático’ y dejar de lado la necesidad autoimpuesta de tener siempre algo que hacer en el momento específico será clave para mejorar nuestra concentración. Tómate un descanso pero de los de verdad, de los de soñar despierto: serás más productivo.

Después de todo esto, comenzarás a apreciar la magia de una cola interminable en el banco o del ritmo pausado de un documental sobre la sabana africana. En serio, tienes que empezar a aburrirte más, aunque como todo en esta vida, con moderación pues que esto del tedio tiene una cara B y se ha relacionado con casos de depresión, ansiedad, consumo de alcohol o atracones de comida ante la falta de estímulo. Y si no tienes claro si tus niveles de aburrimiento se salen de lo común, la Escala de propensión al aburrimiento (Boredom Proneness Scale, 1986) te permitirá salir de dudas. Puedes hacer el test, aquí. Por lo demás, que tengáis un aburrido resto del día.